Por: Juan Sotomayor
La semana que pasó ha sido una de las más intensas de los últimos tiempos en el Perú. Acontecimientos que marcarán la vida y la agenda política del país por un buen tiempo, nos llevan a diversas reflexiones. En esta oportunidad, quisiera referirme a un rubro que pocos han tocado, pero que es necesario no descuidar: la necesidad de implantar una cultura del respeto y la reconciliación.
Desear lo peor a quien actúa o piensa distinto, celebrando la tragedia ajena, son síntomas que algo no anda bien en nuestra sociedad. Si hay que algo revela la grandeza, madurez y calidad de una persona y de una comunidad en general, es precisamente su reacción y respeto ante el dolor ajeno, más aún cuando hay una muerte de por medio.
Más allá de cualquier posición ideológica o política, en los días recientes ha quedado evidenciado que en gran parte de nuestra población, todavía quedan grandes odios y resentimientos que es necesario combatir. Las redes sociales, aquel lugar donde muchos tienen la posibilidad de desfogar todas sus miserias, escudándose detrás de un teclado y quizás bajo una identidad falsa, han sido el escenario que nos ha revelado la semana pasada que todavía nos falta mucho por desarrollar en materia de respeto a la vida y dignidad de la persona humana, valor supremo en toda sociedad civilizada.
Pueden ser muchos los factores que nos llevan a esta penosa realidad: el sistema educativo, los medios de comunicación, liderazgos mal entendidos, etcétera. Cualquiera que sea la causa, considero que tenemos una tarea pendiente: liberarnos de los odios y propugnar una cultura de la reconciliación, sustentada en el respeto a la integridad de la persona, independientemente de su condición social, económica, de género, creencia política, religiosa o cualquier otra característica accesoria a su condición de persona.
La tarea no es fácil, pero debemos emprenderla desde todo nivel. En el hogar, en el centro de estudios, de trabajo, en la cotidianeidad de nuestra vida, en el ejercicio de la función pública o privada, con mayor razón para quienes ejercen autoridad o influyen tanto en la opinión pública como en la conducta de las personas. Nuestro país no podrá avanzar en su camino al desarrollo, si no superamos esta tara que aun cargamos como lastre. Empecemos de una vez.
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