El crecimiento económico de China y su, en breve, logro de ser la primera potencia mundial del planeta, no me preocupa tanto, como sí me inquieta su política agresiva con algunos Estados vecinos, su afán de ingerirse islas que no son suyas y sus amenazas constantes a la democrática nación de Taiwán.
Por eso es importante la reunión de Camp David, entre Estados Unidos, Japón y Corea del Sur que han sellado una alianza tripartita para responder a las amenazas de China y del mono ya no con ametralladora, sino con misiles balísticos: Corea del Norte.
La belicosidad de China es manifiesta cuando todo el tiempo sus aviones de combate violan el espacio aéreo y lanzan misiles cerca de las costas de Taiwán y tienen en zozobra a la población taiwanesa, está claro que aquí se configura la lucha entre el totalitarismo y la democracia.
La prepotencia, asimismo, se evidencia en la construcción de islas flotantes, sobre el mar de China Meridional, verdaderos portaviones que afecta la libre navegación y el comercio internacional, del que reclama soberanía, sobre todo, afectando a Malasia, Filipinas, Brunei, Taiwán y Vietnam.
Lo importante de la reunión de Camp David es la instauración de una alerta temprana y comunicación fluida ante amenazas de China y de Norcorea, pero creemos que ante tanta evidencia de peligrosidad, se debió terminar en la firma de un acuerdo de alianza defensiva, que incluya también a Taiwán.
Debería realizarse una nueva reunión, como la cumbre de Yalta, entre Biden, Putin y Xi Jinping, pero no para repartirse el mundo -como en aquella época-, sino para entablar una nueva era de coexistencia pacífica y así tranquilizar a la humanidad. Como señaló el Papa Francisco «hace años que estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial a pedazos, en capítulos, con guerras en todas partes”.
No se logra nada que las tres potencias nucleares estén distanciadas y que guerreen con países satélites. Y también los Estados menores deben presionar por la paz.