Ricardo Sánchez Serra
Millones de personas en el mundo ya tienen la percepción -y percepción es realidad- que Estados Unidos y la Alianza Atlántica tienen razón en la crisis sobre Ucrania, y que Rusia es el villano de la película.
La propaganda occidental es avasalladora y tan convincente -con un lavado cerebral brutal- que hace que las reclamaciones de Moscú por más legítimas que puedan ser, pasen no solo al olvido, sino que también han convertido al oso ruso en un peligro para la paz y hasta para la civilización.
Los rusos son ahora los nuevos Atila, los otomanos que asolaban Europa, los colonialistas que conquistaban continentes, los extraterrestres que quieren invadir la tierra.
Todo esto tan lejos de la realidad. Los llamados occidentales aplican, sin lugar a dudas, las enseñanzas del maestro de la propaganda nazi Joseph Goebbels, el de “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá.”
También: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”; o “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto…”.
Y ahí tienen, pues, la insistencia hasta el agotamiento de la propaganda tóxica de que “Rusia invadirá Ucrania”, que ya parece una verdad inevitable, y que dada su agresividad, y la burla a las solicitudes rusas, podría pensarse especulativamente en la ocupación de dos regiones prorrusas como Donetsk y Lugansk, para negociar desde una posición de fuerza.
En este mes y medio de crisis hubo varias cumbres, en Ginebra y en Bruselas, entre Occidente y Rusia, con el fin de apaciguar las aguas, pero en medio de agresiones verbales contra Moscú, inusitadas, porque se estaba buscando acuerdos. Todo era lodo, en una atmósfera bélica.
Pocos se acuerdan que Rusia exigía por escrito garantías que la OTAN no se expandirá más en Asia, en Georgia y Ucrania; y que se volviera a 1997. Tampoco que se desplegara armamento sofisticado, cercano a sus fronteras.
Al momento de escribir estas líneas, ya Occidente había respondido a Moscú, sin que trascienda el documento. Entretanto, todos los noticieros informaban, que EE. UU., Gran Bretaña, los países bálticos enviaban armas a Kiev, exacerbando la crisis.
Hay que esperar la decisión de Moscú si se da por satisfecha o no.
Pero el centro del artículo estriba en que, en todo este tiempo, ¿cuál era la posición mediática rusa? En el tsunami de desinformación destacaba la defensa de los voceros rusos, en especial, la de la Cancillería, María Zajárova, y del presidente, Dmitri Peskov. Además, de los diplomáticos rusos en el exterior (en el caso del Perú, del embajador Igor Romanchenko).
Pero, en la gran mayoría de los casos en el exterior, las publicaciones eran harto desiguales: primeras páginas, cables de agencias, informaciones en general, comentaristas, editoriales, publirreportajes, redes, noticieros de TV y radio invasivos. Un aparato espectacular a favor de la posición occidental. En cambio, los rusos, con suerte, tenían un par de párrafos escondidos.
El presidente Vladimir Putin, intuitivo, fundó las agencias RT y Sputnik, en el 2005 y 2014, respectivamente. Pero el esfuerzo es insuficiente. Aunque tienen muy buenas informaciones, aún les falta fuerza y que revienten las redes y los medios.
Por otra parte, ¿En dónde estaban los think tank prorrusos? ¿Los internacionalistas, periodistas o pensadores? No digamos precisamente prorrusos, sino objetivos, que den una lección de docencia, decencia y transparencia. Casi no hubo o tuvieron miedo de ir contracorriente.
(*) Analista en temas internacionales