El 5 de febrero de 1975, Lima y el Callao y todos sus distritos amanecieron sin protección policial y desguarnecidos en su seguridad cotidiana como ciudades gigantes y populosas que ya eran.
En horas de la madrugada se había iniciado una huelga por una serie de reivindicaciones del personal de la Guardia Civil que normalmente prestaba servicios tanto en las comisarías como resguardando diversos puntos de la capital y de la vecina provincia constitucional: zonas comerciales, mercados, bancos, edificios públicos, tránsito en las principales avenidas, etc. Al amanecer y al movilizarse en todas las direcciones cientos y miles de personas con destino a sus centros de trabajo, el mismo que arrancaba entre las siete y las ocho de la mañana, no se había visto un solo Guardia Civil en ningún lugar. Tampoco a miembros de otros cuerpos o unidades policiales.
En medio de esa situación de desconcierto, más o menos desde las 10 de la mañana, comenzaron a movilizarse por diferentes calles y avenidas del viejo centro de Lima grupos de personas de sectores populares, fundamentalmente jóvenes, que provocaban disturbios y llamaban a saqueos, incendios y otras acciones de vandalismo. Unos minutos más tarde, estos saqueos, incendios, pillajes, etc., comenzaron a producirse precisamente en el centro histórico de la capital y pronto se multiplicaron a otros barrios y distritos.
Desde luego, velozmente y en términos multitudinarios había crecido la cantidad de gente que sin habérselo propuesto de antemano pasó a dominar la escena poniendo en marcha las más diversas modalidades de violencia contra la propiedad pública y privada. Aproximadamente durante las dos o tres horas de imperio creciente de la violencia, no apareció en escena ninguna fuerza gubernamental civil, militar o policial que contuviera a sus furiosos protagonistas. Recién a partir hasta las 12:30 pm o de la 1:00 pm salieron en fila desde el Polígono del Rímac algunos tanques y en la medida que avanzaban con diferentes rumbos y ocupaban sus emplazamientos empezaron a dispersarse las multitudes que por varias horas se habían adueñado de la situación.
Sin embargo, estos violentos hechos anunciaban un cambio en el poder peruano.