Por: Carlos Linares Huaringa
Twitter: @carloslinaresh
Sangre, sudor y lágrimas. Eso es lo que le costó a 32 millones de peruanos poder celebrar la participación de nuestro país en un Mundial de fútbol.
Por fin se rompió el maleficio y luego de siete lustros podremos volver a disputar la copa más preciada en el balompié.
Mientras escribo esta columna, todo el país grita, festeja y llora de alegría por el triunfo de la blanquirroja frente a la escuadra de Nueva Zelanda.
Cada segundo de angustia, de desesperación y de alegría vividos en los últimos meses, y en especial anoche, quedó grabado con fuego en la memoria de los peruanos que hoy sienten que todo es posible.
Perú ya está en Rusia 2018 y el país está de fiesta. Aquel sueño que se convirtió en algo imposible.
Para la posteridad quedarán los goles de Farfán y Ramos, en este último encuentro, así como el espíritu combativo de Guerrero en los partidos anteriores.
Asimismo, reconocemos el esfuerzo y el contenido de cada uno de los jugadores de esta nueva selección, por el que no se necesitan nombres o patrocinadores para la valía técnica y deportiva de cada uno de ellos.
El Perú está agradecido muchachos. El Perú no debe solo una alegría momentánea, sino un cambio en la manera de ver el futuro del país.
Anoche volvió tangible un sueño de generaciones. Hicieron que Perú se mantuvo afónico al gritar cada una de sus jugadas y luego de 124 partidos que decir: «¡Rusia, ahí vamos!».
Esta alegría colectiva, esta euforia que muchas generaciones no tiene sentido, solo marca el inicio de una nueva etapa, una en la que la esperanza del mar el indicador más importante. Este día quedará en la memoria. Nuevamente: Gracias muchachos.