Para la prensa española la Capitulación de Ayacucho fue “inverosímil, imaginaria e inverificable”
Ricardo Sánchez Serra
Lima tuvo el placer de recibir y escuchar a dos ilustres historiadores españoles, que compartieron sus conocimientos sobre la independencia de Hispanoamérica, es decir, el enfoque poco conocido del otro lado del Atlántico.
Los historiadores españoles Ivana Frasquet Miguel y Josep Escrig Rosa, catedráticos de la Universidad de Valencia, llegaron al Perú gracias a la iniciativa del embajador de España, Alejandro Abellán García de Diego, y del Instituto Raúl Porras Barrenechea, que les brindó acogida organizando la conferencia “Perú-España, doscientos años después”.
Ambos investigadores expusieron de manera magistral la situación de la monarquía española en el momento de las independencias, así como el pensamiento de los protagonistas del bando perdedor, los peruanos y mexicanos realistas, ensombrecido por los triunfadores y como señala Escrig “los investigadores tenemos la obligación de recuperar a esa cara oculta de la historia, muchas veces silenciada o ausente”.
En la plática de Escrig “La otra historia de las independencias, realismo y contrarrevolución en México y el Perú”, afirma que las decisivas batallas de Junín y Ayacucho pueden verse como un punto de llegada y como un punto de partida.
“Un punto de llegada de lo que había sido la crisis de la monarquía española desde 1808, que dio paso en los siguientes años a un complejo de guerras, revoluciones, contrarrevoluciones e independencias. Un proceso que los historiadores nos hemos venido ocupando desde hace 15 años.
Ivana Frasquet Miguel: “En España no se podía concebir que el Imperio tal como lo habían conocido dejara de existir”.
Pero también puede ser visto como un punto de partida, porque a partir de Ayacucho van a venir nuevos retos y nuevos desafíos para todos los países surgidos de la descomposición del viejo imperio. El Perú y la propia España van a tener que pensarse sin su antigua dimensión ultramarina. Además, no podemos tampoco olvidar que Ayacucho no supuso el completo final de la presencia hispana, porque esta se prolongaría hasta 1825 y 1826 en el Alto Perú, en el fuerte mexicano de San Juan de Ulúa, en los castillos del Real Felipe del Callao y en la provincia de Chiloé, es decir, que durante bastante tiempo continuó estando presente la posibilidad de que el mundo hispano en tierras americanas volviera a restituirse”, relató.
“…Hemos sido nosotros -continuó- los que hemos juzgado a las fuerzas políticas en conflicto a partir de su resultado, a partir de lo que viene después. Y de aquí surge una gran tentación, de dotar un valor positivo a los partidarios de las reformas, de la revolución, es decir, a los que terminaron triunfando, y de dotar de un valor negativo a aquellos que se le opusieron, a los que fueron vencidos
Como bien sabemos estos contrarrevolucionarios realistas fueron al final los grandes perdedores de la época de las revoluciones liberales y de independencia.
Embajador de España, Alejandro Abellán García de Diego: “A España no se la puede definir sin la importante presencia del Perú en el ADN de España, como tampoco se puede entender al Perú sin el importante legado de España en el significativo periodo virreinal”
La atracción por el estudio de los movimientos revolucionarios e insurgentes, ha dejado en la penumbra a una parte de las alternativas ideológicas contrarias a estos, es decir, a esas opciones realistas, contrarrevolucionarias y antiliberales. Y aunque todas ellas son en efecto la otra mitad de la revolución se ha tendido a no reconocer su papel y a veces han quedado relegados a los márgenes de la investigación intelectual. De hecho, estas opciones aparecen muchas veces descritas como fuerzas oscuras, con actitudes reaccionarias, siniestras, resistentes al cambio, erradas a un pasado inmutable sin ningún horizonte.
Pero la historia de esas alternativas políticas e ideológicas a la revolución, aunque menos conocida, resulta igual de irrelevante para entender la crisis de la monarquía. Y para entender el periodo de las independencias tomando en cuenta toda su complejidad, su riqueza y sus aristas. De modo que los investigadores tenemos la obligación de recuperar a esa cara oculta de la historia, muchas veces silenciada o ausente, pero necesaria para comprender ese tiempo de transición, porque estas respuestas a la revolución o demandas, formaron también parte de la época de cambios que dieron origen a este mundo contemporáneo”, indicó.
Escrig afirmó que México y Perú fueron los grandes bastiones del fideísmo (lealtad al rey) en América entre 1808 y1821, año en el que se proclamaron las independencias. Aunque es cierto que, a partir de 1821, las trayectorias de ambos países fueron en parte distintas, porque en México la independencia alcanzó una rápida expansión que redujo la presencia de los fideístas a la fortaleza de San Juan de Ulúa, mientras que en Perú el arribo de la expedición libertadora de San Martín dividió el territorio en un norte patriota y en un sur realista
“Sobre la base de ese contraste, situaré en lo que fue la experiencia de los últimos años de resistencia realista, entre 1824 y 1826.
En estas fechas se permite ver la transición entre el Trienio Liberal y la segunda restauración absolutista de Fernando VII, llamada Década Ominosa por los liberales. Estamos intentando borrar esa cuña peyorativa y llamarla Década Absolutista que se ha solido pensar sin su dimensión americana y no obstante que se está poniendo de relieve que América siguió pesando mucho en la política española
En segundo lugar, porque ver esa cronología que enmarca Ayacucho, antes y después, permite trascender la propia batalla que es a donde suele focalizarse o cerrarse la mayoría e historias sobre el periodo y reitero que esa presencia realista continuó en México hasta noviembre de 1825 y en Perú hasta enero de 1826. Es cierto que fue una presencia cada vez más precaria y limitada, pero permite analizar qué motivó a ciertos realistas a seguir defendiendo la causa del rey cuando todo parecía perdido”, apuntó.
“En tercer lugar -agregó- porque pienso que hemos hecho un a veces inconsciente de un análisis de ese realismo como algo residual y desde una perspectiva demasiado finalista, partiendo de la premisa que fue un movimiento derrotado. Hemos narrado la historia de esos últimos realistas mexicanos y peruanos desde lo que venía hacer su irremediable desenlace.
Josep Escrig Rosa: “Entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del siglo XIX en los territorios de la monarquía hispánica nada estaba definido y todo parecía posible”.
Contrariamente estoy argumentando que hay elementos que nos ayudan a conocer mejor las motivaciones, actitudes, imaginarios, que ciertos militares, religiosos o publicistas sostuvieron para hacer frente al desafío republicano. Por tanto, es preciso situarnos en el horizonte de estos actores para comprender la racionalidad interna que ese pensamiento realista en la última fase de las guerras de independencia”.
Prosiguió diciendo que hay que considerar que en la perspectiva de algunos, estos realistas, el proyecto hispano en México y Perú no estaba irremediablemente condenado a fracasar en 1824. No era, por tanto, para todos ellos una causa perdida en un sentido negativo. Interpretaban que todavía había suficientes motivos para corregir el rumbo de la situación y que los fracasos podían ser temporales, pero nunca eran fatalmente definitivos mientras hubiera algo de esperanza. Y para probarlo, estos realistas recurrieron en sus discursos, tanto el repertorio de ejemplos históricos que estaban a su mano, como el de las experiencias por ellos vividas, experiencias que en situaciones de desventaja al final se transformaron en victorias, por ejemplo, después de lo que supuso la llegada de San Martín, ellos recordaban que las victorias de Ica, Torata y de Moquegua en 1822 y en 1823, devolvieron la iniciativa a las armas del rey y, especialmente, acudieron al ejemplo histórico de las guerras de España contra Napoleón Bonaparte, en las cuales habían participado muchos de ellos”, advirtió.
“Los realistas peruanos y mexicanos recordaron e insistieron una y otra vez que la Península estuvo muchas veces de perderse a manos de Napoleón, sin embargo, a pesar de todos los pronósticos se recompuso la situación y Napoleón fue abatido
Entonces se demostró que una causa que parecía perdida pudo triunfar. ¿Por qué, por tanto, no podían repetirse algo similar en México y en Perú?
Para los realistas la rendición no era una alternativa válida. No aceptaban verse derrotados y por ello se sobreponían a la derrota. El éxito era posible, según su interpretación porque peleaban por una causa que consideraban justa, legítima y protegida por la religión. Incluso cuando hablaban de derrotas, hablaban siempre de derrotas honradas, podían ser materiales, pero nunca desde el punto de vista de la moral, porque estaba obrando en favor del bien, de una causa que ellos consideraban justa, en favor de los valores en torno al honor, la lealtad o el deber. Era relevante tener siempre los triunfos morales”, explicó.
En otro momento, Escrig enfatizó que en los años referidos se libraron tanto guerras armadas como guerras culturales y de opinión. “La fascinación por estas grandes batallas nos ha llevado a prestar menos atención a las otras, cuando tuvieron un papel decisivo cuando lo que estaban disputando era movilizar a esa opinión pública y las luchas por las conciencias, sobre todo porque las palabras eran el complemento indispensable de las armas, sobre todo cuando estas armas se resentían”, dijo.
El control de la información devino un expediente de primera necesidad en medio de un fuego cruzado de noticias, de falsas noticias, de información y desinformación que estaba cruzando de un lado al otro del Atlántico.
“En suma, se trataba de recuperar el poder en el territorio, de controlar la información, de reforzar los efectivos militares y de asegurar así la defensa del trono y del Altar.
Embajador de España, Alejandro Abellán García de Diego; rectora de San Marcos, Jerí Ramón Ruffner y embajador Luis Mendívil. (Foto Ángel López)
Ese año de 1824 empezó con una perspectiva muy buena para los realistas y ninguno imaginaba como terminaría el año. En el Perú las derrotas insurgentes del año anterior, de Torata y de Moquegua, junto a las divisiones y a los enfrentamientos dentro de los independentistas, crearon para los realistas un estado de creciente confianza y expectación que permitía alentar una futura ofensiva. De hecho, en febrero de 1824, se produjo la recuperación de Lima y de los castillos del Real Felipe y en marzo se suprimió el régimen liberal. A partir de entonces las expectativas estuvieron puestas en que las monarquías europeas, una vez acabada con la revolución en Europa apoyaran a Fernando VII en su sueño de reintegrar el imperio”, analizó.
“Y algo similar ocurrió en México, en San Juan de Ulúa, en donde el comandante Francisco de Lemaur cuando conoció el cambio del ciclo político, decidió adelantarse y bombardear el puerto de Veracruz, porque entendió que el inicio de las hostilidades volvería a poner en la agenda del gobierno español la cuestión americana”, añadió.
Este optimismo inicial se frustró a partir de la batalla de Junín. Entonces la idea de causa perdida se hizo cada vez más presente en los discursos en un sentido de resistencia. La primera reacción de los realistas era ocultar o negar los resultados de la batalla y sobre todo minimizar los efectos. Por ejemplo, el virrey La Serna habló de un incidente imprevisto, que no se trataba de una derrota definitiva, sino de un repliegue transitorio y que en todo caso La Serna manejaba la idea de que la derrota realista había sido una derrota honrada porque combatieron con la bandera de la verdadera legitimidad y lo mismo podemos decir que ocurrió con Ayacucho. Algunos en el mismo campo de batalla se negaron a aceptar la capitulación e instaron a que se reorganizara la resistencia, porque cualquier arreglo confirmaría la imposibilidad de continuar la defensa del Perú.
“Por ello, una vez más, apelaron a la lucha contra Napoleón comparándolas y poniendo de relieve que no había posibilidad de rendirse, cuando todo parecía irreparable. De hecho, uno de los presentes en la batalla escribió tras conocer los términos de la capitulación, que solo podía decirse que todo se había perdido menos el honor.
Ayacucho fue una sorpresa para la prensa realista, que calificó la victoria como inverosímil, imaginaria e inverificable y desde ese horizonte creo que podemos comprender las actitudes de quienes continuaron a partir de entonces a seguir apostando por la resistencia: El general Olañeta en el Alto Perú y el gobernador Rodil en las fortalezas del Callao. Ambos se negaron a aceptar la capitulación de Ayacucho y apelaron con emotividad a la idea de causa perdida para afrontar la situación. Olañeta consideró que el ejército realista había sido derrotado en Ayacucho por una traición dentro del ejército, por tanto, no había sido un fracaso verdadero, sino una derrotado resultado de una deslealtad. Mientras que Rodil decidió trasgredir los términos de la capitulación sosteniendo los fuertes, porque enseguida asumió la posibilidad de que para emprender una nueva empresa militar se tenía que conservar a toda costa los castillos del Callao. Enseguida Rodil escribió a Antonio Quintanilla, comandante general de la provincia de Chiloé, todavía bajo mando español, instándole a sostenerse hasta el final. Ambos eran las llaves del mar Pacífico y que no serían vencidos si recibían los refuerzos por parte de la metrópoli”, recordó.
“Y, de hecho, los empeños del gobernador fueron comparados a las defensas de Numancia, de Troya, de Cartago, Esparta y a todas las ciudades españolas que fueron sitiadas por Napoleón. Desde luego, Rodil justificaba su resistencia apelando a la nobleza de la derrota, hasta el punto de considerarse él mismo la personificación de esa fatal suerte que le acompañó hasta el final. Incluso ante la proximidad de la capitulación Rodil mantuvo la convicción de que en causa perdida los españoles habían triunfado en el terreno de la moral, obrando en relación con el bien y la justicia. Al final las fortalezas se entregaron en enero de 1826.
Una última referencia a lo que estaba pasando paralelamente en San Juan de Ulúa. Los responsables de la plaza habían insistido también desde 1823 la importancia de conservar el castillo como bastión seguro que podía hacer posible no solo en poner en cuestión la independencia mexicana, sino también en ser incluso una plataforma para preparar expediciones contra Cuba en caso que allí prendiera también la chispa revolucionaria”, narró.
Por su parte, la historiadora Frasquet, en su disertación “El liberalismo español frente al espejo, políticas y negociaciones de las independencias”, hizo una visión panorámica de lo que fueron las políticas que durante el llamado Trienio Liberal (1820-1823) se tuvieron respecto a los procesos de la independencia hispanoamericanos.
“El Trienio Liberal es el momento del regreso del sistema constitucional a la monarquía española y los liberales lo que van a intentar es acabar con la guerra y pacificar los territorios. Así que estos tres años de sistema constitucional van hacer un espacio de conciliación para enfrentar tres momentos de los años siguientes: primero, intento de pacificación, segundo intento de negociación y ante el fracaso de los anterior, el inicio de la guerra.
Las políticas liberales de la monarquía propician ese encuentro entre liberales peninsulares y liberales americanos, lo cual no significa el reconocimiento inmediato de la independencia, pero sí que alimentan esperanzas de que se pueda llegar a reconocer por parte de los españoles esa independencia.
La prensa, los folletos de la época reflejan el entusiasmo por la llegada de ese liberalismo a la monarquía española. Historiográficamente se admite que el liberalismo de 1820 favoreció al triunfo de las independencias, porque fue un punto de encuentro entre liberales de ambos bandos que necesitaban la paz”, detalló.
“Sin embargo -siguió- chocarán por los intereses de uno u otro bando. Los españoles esperaban el fin de la guerra y la aplicación de la Constitución de 1812, como manera de reintegrar a los territorios a la monarquía.
Los americanos, por su parte, también querían el fin de la guerra, pero exigían el reconocimiento de la independencia para llevarla a cabo”.
Añadió que podemos hablar de tres momentos importantes en estas políticas que se hace desde los gobiernos españoles del trienio y que están conectados entre ellos: los Tratados de Trujillo, Colombia; las conversaciones de Punchauca en el Perú y el Tratado de Córdoba en México
“El régimen del Trienio fue el entorno político adecuado para obtener la independencia, propició el acercamiento, basado en esas ideas liberales. Y también el contagio de ideas y de formas de actuación similares a lo largo del continente americano a pesar de las grandes distancias y de las diferencias entre uno u otros procesos.
Las dificultades del liberalismo español para conciliar su ideario político con la realidad y los deseos de los americanos fue lo que finalmente llevó al fracaso de esas conversaciones”, sentenció.
El Trienio Liberal adoptó una política de negociación, rebajó las aspiraciones de reconquista militar y trató de reconducir la situación hacia soluciones conciliatorias
El año 1820 va hacer un año de suma importancia en la situación de Sudamérica, destacando un episodio conocido, como antecedente para el resto de negociaciones que van hacer las conversaciones de Miraflores, que van a propiciar el primer armisticio en el Perú y la consecuente jura de la Constitución de Cádiz en Lima, el 15 de setiembre de 1820
“Es cierto que estas negociaciones no dieron el resultado deseado, pero sí podemos llegar a ver en ellas la propuesta de monarquía constitucional que San Martín desarrollará y perfilará en Punchauca.
La cuestión es que a partir de estas negociaciones se va a producir el choque de intereses. Unos querían la paz a cambio de la Constitución, los otros la paz a cambio de la independencia”, recalcó.
“El primero de esos escenarios que me voy a referir rápidamente es el armisticio firmado entre Bolívar y Murillo el 27 de noviembre en 1820 en Santa Ana de Trujillo. Es un tratado de la regularización de la guerra, una amnistía que ya decretan las cortes del Trienio en setiembre de 1820 y que finaliza la llamada guerra a muerte que se había iniciado seis años antes.
Sin embargo, el Congreso de Angostura de la llamada República de Colombia, ya había aplicado el sistema liberal y representativo y en pocos meses proclamará la nueva Constitución de Colombia, en 1821.
Esa primera Constitución va a desarmar ideológicamente la propuesta española, porque se va a disputar el espacio ideológico y político del liberalismo en América. Colombia ya no tiene motivos para adoptar la Constitución de 1812, porque ya tiene la suya, liberal. Así que el Trienio Constitucional va a coincidir con los éxitos militares y los triunfos políticos del liberalismo americano, por eso será un espacio difícil de negociación y de aceptación de las propuestas legales y constitucionales que vienen desde las cortes de España”, explicó.
1821 es un punto de inflexión en estas políticas, aunque parezca que todas las cortes del Trienio van aplicar las mismas políticas, no va a ser exactamente así. Hay ciertas diferencias entre las acciones propuestas por las distintas autoridades peninsulares. No va a ser lo mismo la posición del monarca Fernandp VII, que la del gobierno, la de los diputados americanos, las cortes, etc. Tenemos que entender, además, que 1821 es un punto importante porque se produce la destitución de los virreyes de los virreinatos más importantes, el golpe de Aznapuquio contra Pezuela y también el del virrey Apodaca de México por Novella.
El liberalismo español empieza a buscar una independencia pactada, que mantenga las ventajas comerciales, los lazos de amistad y familiares -para la monarquía española- entre América y España y esa será la futura propuesta del plan de regencias que se proponen las cortes en junio de 1821
“Es un plan que proponen los diputados americanos en Madrid para de alguna manera federalizar la monarquía española, situar gobiernos independientes pero vinculados a la monarquía en los territorios americanos y en ese contexto, hay que comprender, los proyectos de monarquía que San Martín va a realizar para el Perú e Iturbide para México. No van a ser proyectos auspiciados solo por personalidades singulares, sino que están en el contexto de una propuesta de monarquización y federalización del conjunto de la monarquía española”, puntualizó.
Y estas posturas se van a ver reflejadas en la prensa española, la de los radicales o exaltados, que ya van a proponer en la prensa española la independencia de los territorios americanos y el derecho de estos a conseguir las mismas ventajas que los españoles y la de los liberales moderados que es la postura oficial del gobierno, que esperan que los territorios americanos se reintegren a la monarquía constitucional y disfruten las ventajas de pertenecer a ese régimen liberal. Estas dos posturas van a tener sus reflejos en los debates de las cortes del Trienio en Madrid.
La idea que se ve en ellos es la dificultad de intentar aplicar los mismos remedios a distintos territorios americanos, algo que ni el rey Fernando VII, ni los liberales llegaron a comprender pues siempre trataron a América como un todo unido y compacto, cuando en realidad era bastante diversa y compleja.
El Trienio Liberal supuso un cambio de rumbo en las políticas de pacificación hacia América de la monarquía española y situó a España en una encrucijada de difícil resolución. Los gobiernos de esta etapa apostaron por una vía conciliatoria de negociación que abandonaba teóricamente las actuaciones bélicas sostenidas durante el sexenio anterior. El liberalismo español confiaba en la aplicación del sistema constitucional como único remedio para calmar los deseos de independencia de los territorios americanos. En su mentalidad no cabía otra opción que derrumbar el régimen absolutista y construir un estado nación liberal manteniendo unida todas las partes del Imperio.
El espacio de negociación liberal favoreció que los americanos, ya ensalzados en la lucha por la independencia, reconocieran en este, un lugar común en el que entenderse con los españoles, esto es lo que propició la firma de los tratados de paz pero que partían de posiciones inamovibles desde ambos bandos.
Después de los actuado en Trujillo no sería posible avanzar en una negociación que no pasara por la exigencia del reconocimiento de la independencia por parte de los americanos.
“Las autoridades de la monarquía en América, generalmente militares, como Pezuela, La Serna, Apodaca o Murillo insistieron en el desconocimiento que en España se tenía de la verdadera situación de las provincias americanas para justificar el fracaso de las negociaciones y exigir una solución bélica. La guerra se sostuvo en focos aislados durante un tiempo más, pero la definitiva derrota de diciembre de 1824, reveló la incapacidad de sostenerla sin los refuerzos que el gobierno liberal nunca quiso enviar”, comentó finalmente.
Asimismo, hicieron uso de la palabra la rectora de San Marcos, Jerí Ramón Ruffner, el embajador José Betancourt, el historiador José Palomino Manchego y el presidente de la Asociación Bicentenario, Raúl Chanamé Orbe, además del director ejecutivo del Instituto Porras Barrenechea, embajador Luis Mendívil.
(*) Premio mundial de periodismo “Visión Honesta 2023”