El escándalo de las vacunas ha traumado moralmente al país. Y ello supera la colosal incompetencia o el actuar rapaz de los gobernantes –que ya no debiera sorprendernos. La sociedad ha sido remecida hasta el clímax por algo que pareciera menor –una palomillada dirán. Sin embargo, tiene una carga letal porque desnuda el alma perversa de quienes trastocan el servicio público, por sus apetitos personales. Inmunizarse calladito a espaldas de la gente que sufre, ponerse a salvo mientras la muerte asola a raudales, preferir a familiares, queridas y amigotes en vez del personal médico y la policía, no vacunar primero a los que arriesgan la vida cumpliendo su deber, son actos horrendos, es alta traición. Se revela así la rebosante inmundicia ética de quienes abusan de los cargos públicos, para su mezquino beneficio e insensibles al drama nacional.
Siempre hemos condenado a Vizcarra por sus políticas antirrepublicanas, por su afán autoritario y su manifiesta incapacidad gubernamental. Pero, ahora, el calificado “lagarto”, por el periodista Carlos Paredes, se ha ganado el desprecio de la nación entera. Incluso aquellos que antes lo apoyaron no pueden ocultar su deletérea decepción. También aquellos bien intencionados jóvenes que marcharon, sin saberlo, por un reptil. Evidentemente bien vacado. Quizá el único precedente de tan ruin actitud, sea la del presidente traidor que abandonó al Perú en plena guerra con Chile.
Pero no está solo este espécimen de maldad. Ahí están sus miserables corifeos pletóricos de angurria voraz por el erario público. Ministros y funcionarios que siguieron los pasos del lagarto. Se vacunaron para seguir robando con negociados de trastienda, impasibles al dolor de los peruanos. Estas lagartijas carroñeras pululan por los intercisos de un Estado copado por la burocracia vizcarrista. Se acomodan a los cambios de poder y son hábiles en rapiña. Continúan medrando a costa de las llagas abiertas del país. Hoy, felizmente, su talante criminal ha sido expuesto. Y una gigantesca ola de furia, asco y repudio recorre el territorio nacional.
Pero ésta que no sea la hora de lamentos, solamente. Si la organización criminal, que todavía manda en el país, no lograra impedir las elecciones, el 11 de abril los ciudadanos podemos castigarlos en las urnas. La salud pública exige una purga colosal para librarnos del infecto virus vizcarrista. No sólo el lagarto, sino la mesnada de lagartijas y reptiles, que pretenden continuarlo. La ciudadanía debe marcar a fuego a aquellos candidatos que han abrevado de albañal maloliente del vizcarrismo. Los conocemos demasiado, porque fueron cómplices del golpe de estado, apoyaron el desastre sanitario y callaron ante la debacle económica que nos pauperiza. ¡Nunca más a esta plaga ponzoñosa!. ¡El Perú demanda un mejor destino!.
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