Nunca como ahora se puede aplicar a la derecha uruguaya y al centro-derecha hispanoamericana aquel versículo del libro del Apocalipsis: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.»
Luis Lacalle Pou, el aún presidente uruguayo, lo intentó, pero no pudo. Quiso salirse de las limitaciones del Mercosur, ese bloque zurdo y proteccionista, e intentar labrarse un destino distinto con tratados de libre comercio, comerciar «a la peruana». Sin embargo, le faltó carácter, esa determinación que simboliza a la nueva derecha. La tibieza lo venció, y con ello preparó el camino de regreso al Frente Amplio, la izquierda tradicional uruguaya representada por Yamandú Orsi.
Esa izquierda uruguaya, intelectual, cómoda, complaciente e increíblemente ordenada, de buenas formas y modales correctos. Nada soberbia como la peruana o la argentina, pero igualmente que adora el Estado como ninguna otra. Uruguay, con poco más de 3 millones de habitantes y poco más de176 mil kilómetros cuadrados de territorio, es un país cómodo para gobernar. Todo está a la mano; no es el típico monstruo territorial atravesado por cordilleras. Su conectividad y, sobre todo, el nivel cultural de su gente hace de la República Oriental del Uruguay un buen lugar para vivir, más allá de quién lo gobierne. Esto lo convierte en un país previsible, con gobiernos que no se atreven a innovar.
Será difícil que Uruguay salga del marasmo de vivir a la sombra de dos gigantes, Brasil y Argentina. En pocas palabras, Uruguay es demasiado pudoroso para abrazar plenamente el libre mercado y demasiado inteligente para entregarse sin reservas al socialismo del siglo XXI. Yamandú Orsi, fiel a su estilo académico, declaró que, pese a las distancias ideológicas, se llevará bien con Javier Milei, lo que refleja la esencia de Uruguay: el paraíso de la corrección política y del péndulo ideológico.
Del otro lado de la orilla está el casi fallido Estado de Bolivia, otrora orgullo y ejemplo para algunos despistados casi descerebrados que creían que el socialismo funcionaba. Ilusos. La máquina perfecta para empobrecer nunca falla. El socialismo nunca falla.
Con Evo Morales, ahora requerido por la justicia por serias acusaciones de pedofilia, y Luis Arce, su exministro de Economía y actual presidente, Bolivia se dedicó simplemente a gastar, dejando las reservas del Banco Central en cero. Aplicaron la receta clásica del populismo barato: ayudas, subsidios y obras públicas faraónicas, muchas de ellas a medio concluir, mientras vendían una imagen de prosperidad y engañaban a su propia gente.
Cuando los dólares se acaban, empieza la crisis furibunda. Ahora, Bolivia mira con envidia el modelo peruano su moneda y la macroeconomía. Nosotros, los peruanos, supimos en su momento hacer la tarea. Somos un desastre en lo político, pero unos genios en lo macroeconómico.
A Bolivia no le queda otra que seguir el modelo extractivo. Recientemente firmó un acuerdo con China para explotar su litio, lo que le generará unos cuantos dólares para prolongar su agonía.
(*) Analista Internacional