Por: Tulio Arévalo Van Oordt
Iba a tomar un respiro y no comentar de nuestra actualidad política, sino a comentar un poco sobre lo que pasa en Argentina, por ejemplo, con estos primeros meses del gobierno de Alberto Fernández, pero este Perú, que nos duele en el alma, no nos deja descansar.
Así que vamos de frente. El Presidente Vizacarra ha declarado que era conveniente el cambio de ministros. ¿Conveniente? No señor, era un recambio urgente y necesario, dada la situación en la que se encuentra el gobierno, luego de la zarandeada que sufrió en los últimos días, luego de que Jorge Barata revelará el codinome del exgobernador de Moquegua y la denuncia contra el exministro de Energía y Minas, Juan Carlos Liu, por el caso Gasoducto del Sur.
Una denuncia más que se sumó a las que arrastraba Edmer Trujillo, incondicional del Presidente, y de los escándalos en el Ministerio de Justicia, provocados por el acuerdo de colaboración eficaz. Cambio conveniente nos dice el Presidente, cómo si se tratara de un desgaste natural. Para nada.
Desde el cierre del Congreso, el Ejecutivo no tiene a quien echarle la culpa de su inacción y cada vez más aparecen denuncias de corrupción, contra la que tanto dice combatir. Con toda la prensa a su favor (ahora la línea editorial se mide por la cantidad de publicidad estatal que recibe cada medio), con el control de la Fiscalía, que denuncia y pide prisiones preventivas contra quienes considera incómodos al régimen, con empresas encuestadoras que hacen estudios al gusto del cliente, solo quedan pocos, como La Razón y Expreso, que se compran el pleito de llamar a las cosas por su nombre: este es un gobierno precario, con autoridades de juguete, que no pueden prender ni un fósforo porque se queman el rabo.
Con un Presidente cuya integridad está en entredicho y un gabinete que cambia de ministros cada dos meses (a este paso todos vamos a terminar siendo ministros de algo) es poco lo que puede caminar el país. El es un enfermo convaleciente.
A esa situación nos ha llevado la inacción y la informalidad gubernamental. Esperemos que el próximo Congreso actúe con sensatez, que se preocupe por las necesidades de la gente, que no se deje llevar por apasionamientos ideológicos ni populismos tribuneros y ponga un poco de orden, para aguantar la arremetida de la sin razón y la demagogia, un plan de gobierno que nada construye. Debemos llegar al bicentenario por lo menos bien parados.