El último exponente de una dinastía que duró 300 años fue fusilado con su esposa y sus cinco hijos, entre ellos su único hijo varón.
CLARIN.COM / Pocas son las familias reales de la historia que fascinan tanto como los Románov. La desgracia se batió sobre ellos con un final criminal, cruel y sanguinario, corolario de tres siglos de reinado, aplastados por una revolución modificó de manera fundamental la historia de Rusia.
El último zar, Nicolás II, sin embargo, no llegaría siquiera a ver la Revolución de Octubre. En la madrugada del 17 de julio de 1918, fue fusilado junto a su familia en el sótano de una casa de Ekaterimburgo. La masacre, de la cual este año 2020se cumplen 102 años, puso fin a una dinastía que hasta ese momento era sinónimo de Rusia.
Estas leyendas de la historia, a menudo retratadas con mirada romántica, eran, sin embargo, el ejemplo perfecto del despotismo y la arrogancia del poder absoluto en Rusia.
Al Nicolás II, poco iluminado en ideas y genialidades, le tocó la imposible empresa de masticar al mismo tiempo los estragos de la I Guerra Mundial externa que mataba de hambre a su población en masa y un conflicto interno con aires revolucionarios. El precio del fracaso era y fue la muerte.
IRRUMPEN EN SU CASA
El relato de la madrugada de la matanza de la familia real completa es escalofriante y rememorada hasta el cansancio. Es la caída y desaparición de una dinastía, enterrada en un par de fosas húmedas sin nombre, olvidadas y oscuras en el bosque, pero sobre todo es la aniquilación de unos padres junto a sus cinco hijos, en una balacera enloquecida y desquiciada; un baño de sangre.
Los verdugos tenían instrucciones de mutilar y esconder los cuerpos para que no pudieran ser reconocidos y algunos de los huesos estaban quemados.
A la 1 y media de la madrugada del 17 de julio de 1918, a unos 1.300 kilómetros de Moscú, Los Románov eran arrancados abruptamente de su sueño.
En aquella casa en los Urales dormían Nicolás II, de 50 años, la zarina de 46, sus cuatro hijas: Olga, la mayor (22); Tatiana (21), María (19) y Anastasia, la menor, de 17; el zarevich Alexis, de 13 años, débil, enfermo de hemofilia y el único hijo varón, además de un grupo de asistentes y el médico de la familia.
FUSILADOS
Llevados a un sótano con la excusa de que era preciso por seguridad huir del lugar, su verdugo Yakov Yurovksy, el jefe de los ejecutadores, les leyó la orden que le había llegado. Dos veces leyó la orden porque el zar no daba crédito a lo que escuchaba, mientras su familia se persignaba con estupor.
Padre e hijo iban vestidos de chaqueta militar y pantalones, las mujeres, todas, de blusa blanca y falda negra. Se les pidió que no llevaran objetos o que llevaran pocos. Y obedecieron.
«En vista de que sus parientes continúan con su ofensiva contra la Rusia soviética, el Presidium del Consejo Regional de los Urales ha decidido condenarlos a muerte», leyó Yurovksi y disparó contra el zar.
El pelotón de fusilamiento, (un hombre por cada víctima) que había ingresado poco antes a la sala, levantó las armas, apuntó y disparó desatando una lluvia de balazos y aullidos.
Algunos cayeron de inmediato, otros resistieron los tiros y moribundos fueron asesinados a golpe de bayoneta. Al final, todo fue humo, pólvora en el aire, sangre y silencio. Los cargaron en un camión y se los llevaron. El proceso duró 20 minutos.
UN IMPERIO SE DERRUMBA
Acorralado entre la guerra y el conflicto interno, y sin la experiencia ni la capacidad para resolverlos, en febrero de 1917, la combinación casual de una serie de factores en San Petersburgo tuvo el inesperado resultado de arrancar al zar del trono. Después de 304 años, la dinastía Románov se evaporaba sorpresivamente.
El comienzo de esta casa real, que produjo 20 zares, comienza a escribirse mucho antes con los últimos «emperadores» Ruríkidas, como Iván el Terrible (1547-1584), quien en un acto de locura –fiel a su apodo– mató a su propio hijo, atravesándole un bastón en el cráneo.
Los Románov entran en escena de la mano de Anastasia Románovna Zajárina, la primera esposa del lunático Iván. Seis hijos tuvieron. Cuando el último de ellos murió, la dinastía Ruríkida desapareció con él.
No fue hasta 1613, que un Románov ocupó el trono: Mijail Feodorovich (Miguel I). Pero según la mirada de los historiadores, solo hubo dos genios políticos entre ellos: Pedro el Grande, el más tirano, y Catalina la Grande, una experta el nombrar subordinados talentosos a lo largo y ancho de Europa.
Se han escrito infinidad de libros y rodado otro tanto de películas sobre esta dinastía de autócratas que reinó Rusia entre 1613 y 1917. Sobre ellos se ha dicho, que «vivían en un mundo de rivalidad familiar, de ambición imperial, de esplendor escandaloso, de excesos sexuales y de sadismo depravado».
Pero también, en palabras de Simon Sebag Montefiore en «Los Romanov», se trató de una dinastía «constructora de imperios que tuvieron un éxito espectacular desde los tiempos de los mongoles».
Nicolás II abdicó en la llamada revolución de febrero de 1917 ante la realidad de que el zar había perdido la lealtad de sus tropas en una Rusia que se hacía pedazos.
LO QUE VINO DESPUÉS
Nicolás II sin embargo logró reinar 22 años y sobrevivió tres años de guerra mundial y siete meses fuera del trono desde su abdicación. En octubre, cuando cayó en manos de los bolcheviques, su destino de espanto quedó sellado.
Sin el zar en el trono, durante ocho meses reinó la incertidumbre. Un gobierno provisional intentó aquello de atajar el frente externo y resolver el desorden interno. Fue imposible. Y la revolución de octubre se hizo presente. La familia del zar cayó presa. Y conducida a Ekaterimburgo, en los Urales.
El hecho de permanecer ocultos por décadas en tumbas sin marcar alimentó las especulaciones sobre la posible sobrevivencia o fuga del zarevich (hijo del zar) Alexis o alguna hija del zar.
En julio de 1991, nueve esqueletos humanos fueron exhumados en Siberia, a pocos kilómetros de la lúgubre celda donde el último zar y su familia habían sido asesinados en 1918. Entre esos restos estaban los del zar, su esposa la zarina Alejandra, tres de sus hijas, y cuatro sirvientes. La especulación entonces de que parte de la familia había logrado salir con vida engordó. Hasta que en 2007 en otra fosa de Ekaterimburgo se hallaron los restos de Alexis y una de sus hermanas.
Tras el fin de la exURSS renace la imagen del Zar
Ciento dos años después, aún quedan los monárquicos nostálgicos. Acaso el mismo Vladimir Putin podría anotarse en esa lista. El presidente ruso fue retratado alguna vez en un número de The Economist como un nuevo emperador bajo el título «Nace un zar», a lo cual hay que sumarle su poca, o más bien ninguna, propensión a conmemorar el aniversario de la revolución.
El retrato de Nicolás II ha reflotado tras el fin de la URSS. Los restos del zar fueron enterrados en San Petersburgo, la antigua capital imperial, en una ceremonia en 1998. La Iglesia Ortodoxa Rusa lo considera un mártir. Y el propio Kremlin ha rehabilitado la imagen del zar canonizado.
A 102 años del fin de una historia y el comienzo de otra, reflotan también los viejos secretos del último zar, como su romance con la famosa bailarina polaca Matilda Kshesínskaya; un amor que dio lugar a «Matilda», una película estrenada a fines de octubre, buscando el momento oportuno del centenario.
El film abrió viejas heridas en la sociedad rusa, y su estreno pareció, para muchos zaristas, zzgolpear la imagen santa del último emperador.
También tuvo que pasar un siglo para que se revelaran cartas, fotografías y dibujos de la familia imperial que retratan su angustia ante la llegada al poder de los bolcheviques.
En su huida, la familia llevó consigo estos documentos –escritos en ruso, francés o inglés, en papel amarillento y con los monogramas de los miembros de la familia– , que hoy vuelven a Rusia y revelan su vida cotidiana y el afecto que se tenían entre ellos.