A la muerte de su esposo, jefe de piratas, asume la jefatura de una flota de 2,000 barcos y 70,000 navegantes piratas
La joven china Ching Shih era una leal esposa del jefe de una flota de pirata de más de 2,000 barcos y al morir este en circunstancias poco claras, y cuando la tripulación se reunió para elegir a su nuevo jefe de flota, ella subió a la cubierta vestida con un precioso traje de capitana bordado con dragones de oro sobre seda roja, azul y púrpura, y, reclamó la jefatura.
El pedido generó un profundo silencio, que ella rompió con las siguientes palabras: «Miradme capitanes, vuestro jefe estaba de acuerdo conmigo. La escuadra más fuerte es la que está a mis órdenes. Ha recaudado más tesoros que ninguna otra. ¿Creéis que me rendiré ante un jefe hombre? Jamás». Fue el inicio de una leyenda, Ching Shih, se convirtió en la pirata más temida que surcó los mares de China.
De prostituta a reina pirata
Nacida en el año 1775 en la provincia de Cantón, China, Ching Shih vivió sus primeros años del robo y el engaño haciéndose llamar Shih Yang o Cheng I Sao, hasta que entró a formar parte de elenco de prostitutas de un burdel flotante.
Los historiadores chinos afirman que Ching Shih era más alta que las mujeres de su época y que su hermosura la hacía destacar entre las demás. Era tan bella que el capitán pirata Zheng Yi , que había secuestrado a varias prostitutas del burdel flotante, la eligió a ella para convertirla en su esposa.
Una vez a bordo del barco del temido pirata, Ching Shih provocó a Zeng Yi pidiéndole algo que era totalmente impensable para una mujer y menos si ésta era una prostituta: sólo se casaría con él si compartían al cincuenta por ciento todo el botín y el mando sobre sus hombres.
Ante la impotencia de los ejércitos imperiales, durante los años siguientes, los piratas se dedicaron a saquear impunemente los pueblos que estaban situados en la costa, hasta el punto de que se recomendó a los habitantes que quemaran sus aldeas y huyeran al interior.
Aquella fue una decisión que el Imperio lamentaría durante mucho tiempo ya que Zheng Yi y Ching Shih cambiaron el tipo de negocio y pasaron de atacar aldeas de pescadores pobres a asaltar barcos, provocando un grave perjuicio a todas las rutas marítimas internacionales.
Plan perfecto
Durante los seis años siguientes, la flota pirata pasó de estar formada por unos doscientos barcos a convertirse, gracias a múltiples alianzas, en un auténtico ejército de mil quinientas naves.
La pareja diseñó un plan perfecto que consistía en unir a todos los piratas de la zona en una especie de consorcio, eliminando así a la competencia y optimizando los beneficios.
Aquel ejército no tenía rival, pero en 1807, Zheng Yi encontró la muerte a los cuarenta y dos años. Según Borges, en su Historia Universal de la Infamia, el pirata fue envenenado con un plato de orugas cocidas con arroz. Otras fuentes afirman que perdió la vida en un naufragio provocado por un tsunami mientras navegaba a lo largo de la costa de Vietnam.
Se casa con hijo adoptivo
Ching Shih era consciente de que a pesar de ser la esposa de uno de los piratas más famosos y temidos de los mares de China, su condición de mujer la hacía más vulnerable.
Para zanjar el problema, lo primero que hizo fue casarse con el hijo adoptivo de su marido, Chang Pao, y para no enemistarse con las tripulaciones lo nombró jefe directo de las tropas, en razón a que éstos consideraban a Chang Pao como el «legítimo» heredero de aquel «imperio».
Mientras, Ching Shih seguiría ocupándose de todo lo referente a los acuerdos comerciales y las alianzas.
Imperio pirata
Ching no sostuvo una relación incestuosa, sino una alianza para preservar todo su botín: la fusión empresarial perfecta. La flota creció y abarcaba desde Corea hasta la costa de Malasia y no se movía un solo barco sin que la armada de Madame Ching, como era conocida, lo supiese y controlase.
En el apogeo de su poder, Ching Shih llegó a disponer de más de 70.000 hombres y unos 2.000 barcos que estaban divididos en seis flotas distribuidas por colores: roja, verde, amarilla, violeta y la negra, que tenía como estandarte una serpiente.
Todo aquel equipo humano estaba regido por leyes muy estrictas que debían ser cumplidas a rajatabla. De lo contrario, el culpable se enfrentaba a durísimas sanciones, la mayoría de las cuales conllevaban la muerte.
Castigos ejemplares
Según las leyes implementadas por Ching Shih, nadie podía violar a las mujeres apresadas en las ciudades o en el campo; al violador se le cortaba la cabeza. Si un hombre bajaba a tierra firme por su cuenta o si se cometía el acto llamado «franquear las barreras», se le perforaban las orejas en presencia de toda la flota. En el caso de ser reincidente, se le daba muerte.
Estaba prohibido tomar cualquier cosa del botín procedente del robo o del pillaje. Todo era registrado, y el pirata recibía dos de las diez partes, quedando las ocho restantes guardadas en el almacén comunitario. No cumplir aquella norma suponía la muerte.
Sólo se subastaban las mujeres bellas; si un pirata compraba a una prisionera debía tratarla a partir de entonces como su esposa, con absoluto respeto y sin violencia.
Tampoco estaban permitidas las infidelidades, y en ambos casos al infractor se le cortaba la cabeza. Quien desobedeciese una orden o molestara a los campesinos que pagaban tributo era asimismo condenado a muerte. Los castigos eran inmediatos y no había segundas oportunidades.
Invencible en los mares
Al emperador Jiaqing le ponía furioso que una mujer estuviera poniendo en jaque a todo su Imperio. Envió a su armada comandada por el almirante imperial Kuo Lang para que atacara y acabara con la flota pirata.
Pero lejos de esconderse, las naves de Ching Shih fueron directas a su encuentro. Tras la contienda, la armada imperial perdió sesenta y tres barcos con sus respectivas tripulaciones, que se unieron a la bandera roja bajo amenaza de muerte.
Emperador se rinde
Desesperado, el gobierno imperial pidió ayuda a las armadas inglesas y portuguesas para que se unieran a ellos en la lucha contra aquel ejército invencible.
Durante los dos años siguientes, la armada de Madame Ching siguió humillando a la coalición creada para vencerla. No viendo otra salida a aquel problema, al final el Imperio se vio obligado a ofrecer una amnistía a Ching Shih para que dejase la piratería.
En un primer momento Ching Shih rechazó la oferta, hasta que un día de 1810 se presentó sin avisar en la sede del gobierno general de Cantón para discutir los términos del indulto.
Un retiro dorado
Para alguien que en su código de conducta tenía establecido la pena de muerte a los que se rinden, sólo había una manera de retirarse dignamente: debían hacerlo todos juntos.
Ching Shih no se presentó en persona delante del emperador para firmar su propio indulto, solo lo hizo ante su armada. De este modo, Ching Shih, la pirata que nunca fue derrotada, se salvó a sí misma y a todos los que lucharon junto a ella.
Se instaló en Cantón, donde montó un burdel y una casa de apuestas. Allí murió plácidamente a los 69 años envuelta, seguramente, en una narcótica nube de opio, recordando sus años de aventuras.