POR: PEDRO GODOY P.
SANTIAGO DE CHILE.- «Los exámenes deben abolirse porque trauman”. “Los uniformes son camisas de fuerza.¡ Libertad en la indumentaria¡ ”. «La motivación es la matriz del aprendizaje». «Todo alumno puede aprender. La clave es la estrategia usada por quien enseña».»Memorizar es retro». «La escala de notas fluye del rendimiento del curso». «El punto base está en el reglamento». «Autodisciplina es democracia. Disciplina, fascismo”. «Los ritmos de aprendizaje son diversos en cada estudiante”. «La comunidad escolar la integran, paritariamente, educadores y apoderados». «Hay que mediar en vez de sancionar”. «El docente es sólo un facilitador». «Tatuajes, aros, moños, pucho… son expresiones de la identidad juvenil y, como tal, tolerables». «La clase debe ser entretenida». «Muchos rojos: falla del educador». «El conductismo pasó de moda, hoy se impone el constructivismo». Estas consignas, como fondo, tienen un coro: “Aprender a aprender”.
Los estribillos anotados sirven de escudo a los progenitores para enjuiciar la labor del plantel y, en no pocas ocasiones, humillar al profesor. En su origen los difunden quienes son ajenos a la profesión docente, en particular psicólogas norteamericanizadas, remotas discipulas del Dr. Spock. Son reverenciados por docentes -enfermos de complejo de inferioridad- los cuales les asignan un prestigio que no merecen. Otros pontifices son colegas distanciados del aula que -a veces con el respaldo de un partido político- se atrincheran tras los escritorios de una oficina de la cartera del rubro. Los slogans enumerado permiten exhibir cáscara de «modernos» y lapidar a quienes se oponen como «megaterios». Desde mis estudios, experiencias y sentido común tales frases clichés son rieles que precipitan el sistema a la catástrofe y sogas que ahorcan a los mismos educadores.
La educación -fenómeno social- por ignorancia se identifica sólo con la escolaridad. Sabemos que en la existencia de la especie humana -de la cuna a la tumba- todos aprenden y todos enseñan. La escuela, el colegio o la Universidad son apenas una de las variadas agencias. No las de mayor influjo. Las supera en eficacia el hogar y la calle, la TV y agrupaciones vecinales, políticas o criminales. Por eso -algo que no se comprende- un analfabeto no debe estar evaluado como ser privado de educación. Otros no menos estrechos de mente quieren resolver los problemas de la drogadicción, el delito, el vagabundeo, la molicie con más escolaridad. Hablan entonces de reducir la deserción escolar. No ven o no quieren ver los cinturones de indigencia de los discípulos. Otros -menos avispados- bregan por las promociones automáticas para reducirla. Repetirán hasta el infinito el gastado «bla bla».