El Tratado de Paz Árabe Israelí (XVI)

por | Mar 27, 2021 | Sin categoría

El texto de la Declaración Balfour, decía: «El Gobierno de su Majestad (Británica) contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina, de un Hogar Nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país».

En esta Declaración, en ningún momento se está hablando de «Partición» o algo parecido. Se mencionaba sí, que no se afectaran los derechos civiles de quienes no eran judíos: Cristianos y Musulmanes.

Al respecto, por una parte, los ingleses, que son de fe Cristiana y aceptan los textos de la Biblia, entendían que a todo lo largo de estos escritos, la presencia y la correspondiente administración del pueblo judío en esa zona, era indiscutible.

«Redondeando» la idea, el Gobierno Inglés reconocía que esa era la tierra ancestral del pueblo judío. Aceptaba el hecho como un acto de justicia. Pero en este punto, «como siempre», el pueblo judío, tiene su «pelo blanco en burro negro», es decir «su mancha»: El Islam, la religión inventada por Mahoma, -desde luego, un hombre inteligente-, dijo que el Corán, el material que el redactó e hizo creer a sus idólatras e ignorantes seguidores, que su «dios» se lo había dictado cuando le daban sus ataques de epilepsia, era lo «verdadero», mientras que el (Pentateuco judío) Viejo Testamento, aceptado por el cristianismo, había sido adulterado por los judíos.

Ya en varios artículos hemos explicado cómo el Islam llegó a las tierras de Israel. No llegó a punta de evangelización, sino a punta de cimitarra. «O te conviertes o pierdes la cabeza». El mensaje dejado por Mahoma y que sus seguidores lo continúan, hasta el día de hoy, en cabeza del Ayatolla Kohmeini, líder supremo de Irán, es que quienes no pertenecen al Islam, son infieles y por lo tanto, deben morir.

En efecto, Mahoma dijo: «Por esto, yo el *último* de los Profetas, soy enviado con la espada. Quien quiera que luche por la verdadera fe, ya salga vencedor o vencido, recibirá con seguridad una gloriosa recompensa».

A partir de este instante, estas doctrinas convirtieron al Islamismo en una religión de violencia. Los árabes, verdaderos piratas del desierto, encontraron gratas estas creencias que armonizaban con sus costumbres y su forma de ser.». (Mahoma, pg. 53/ JOSEPH REAG/Plaza Y Janés/Bogotá/1977).

Al morir Mahoma, sus familiares se hicieron cargo de su herencia «espiritual», con el nombre de Califas. De esa manera, repetimos, a punta de Cimitarra, el Califa Omar, se apoderó de Jerusalém y de Damasco.

«El más notable (de los califas) fue Omar, que se apoderó de Jerusalém y Damasco. Más tarde conquistó Persia y Turquestán y por último Egipto, donde según tradiciones, quemó la biblioteca de Alejandría, fundada por Ptolomeo y que atesoraba todo el saber del mundo antiguo.» Mahoma, pg. 66/Ídem. He ahí, otro ejemplo de la violencia y las enseñanza musulmanas, cuando el Califa Omar, le decía a uno de sus subalternos, Yahya al_Nahwi:

«Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos y si se oponen al Corán, destrúyelos».

(*) Miembro A.I.E.L.C.

(*) La Dirección no se hace responsable por los artículos firmados.


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