Por: Omar Chehade
Triste final del presidente boliviano Evo Morales, tras su renuncia del domingo pasado. Así terminan todos los presidentes de sus países que no tienen frenos ni cumplimiento de la Constitución que los rige, pues se creen caudillos, mesías, y por lo general terminan defenestrados, otros presos, incluso muchos asilados o asesinados por la turba.
En Perú, solo para poner dos ejemplos, le pasó primero al presidente, Augusto Bernardino Leguía, que en su segundo período (el del oncenio) se quiso perpertuar en el cargo, aprovechando su popularidad y las enormes obras públicas que efectuó, modificando varias veces la carta magna, hasta que el golpe de Estado del comandante Luis Miguel Sánchez Cerro lo puso en su sitio: la cárcel, donde lamentablemente moriría poco tiempo después.
Alberto Fujimori tentó la misma experiencia 60 años después, tratando de re reelegirse inconstitucionalmente, hasta que la calle, el pueblo y los vladivideos hicieron que renuncie a la presidencia huyendo al Japón.
Hoy se encuentra, al igual que Leguía, luego de su extradición de Chile, en la cárcel, purgando carcelería de 25 años. Otras dictaduras tanto en Chile, Argentina, Paraguay o Bolivia, corrieron parecida suerte con dictadores, que tras las comisiones de la verdad y la reestructurada justicia pusieron a los tiranos en prisión.
En Libia, el dictador Muamar Gadafi, luego de años de dictadura popular, terminó linchado por la turba multa, en plena primavera árabe, y asesinado brutalmente cuando fue atravesado por un fierro en el recto.
Benito Mussolini en Italia, (el popular duce) asesinado y luego colgado en la plaza pública en Milán por la población liderada por los partisanos, junto con su amante Clara Petacci cuando intentaban escapar en plena segunda Guerra Mundial.
En Rumania el dictador Nicolae Ceausescu, quien gobernó cruelmente ese país, durante 22 años, hasta su caída y captura en 1989, fue ejecutado junto a su esposa Elena ese mismo año.
Sobran gobiernos populares, lo que no entienden es que, no por ser popular tienen patente de corzo para quedarse en el cargo perpetuamente hasta el final de sus días.
Evo Morales, quien manejó la economía boliviana prudentemente, y que la hizo crecer producto de la bonanza de los hidrocarburos, no entendió nunca que el poder es efímero, que la ley se tiene que cumplir, que el Estado de Derecho no se puede vulnerar, ni maltratar, y que la longevidad en el poder, lo único que trae es el copamiento de las instituciones, la falta de garantías individuales de las personas, de los opositores, el hartazgo de la población y más corrupción.
Pudo y debió terminar su mandato hace años, y pasar a la historia como un presidente reformista, equitativo y preocupado por los pobres, pero su ambición de poder, su mesianismo in extremis, imitando a Chávez o al impresentable de Nicolás Maduro, hizo que saliera del gobierno por la puerta falsa, expectorado sin pena ni gloria, y mendigando un asilo político otorgado por el gobierno mexicano. Así terminan los dictadores populistas.
(*) Exvicepresidente de la República del Perú.