La mujer que acogió como hijos a decenas de agónicos por SIDA

Bautizada como “el Ángel de la epidemia del Sida” por hacerse cargos de enfermos terminales repudiados por sus familias

por | Jun 19, 2021 | Sin categoría

Bautizada como “el Ángel de la epidemia del Sida” por hacerse cargos de enfermos terminales repudiados por sus familias

Ruth Coker Burks tenía 26 años, vivía en Hot Springs, en Arkansas (EE.UU.), un lugar «muy hermoso» y trabajaba como agente inmobiliaria en el momento en que la epidemia de VIH/sida estaba en pleno apogeo en el mundo. Pero Burks no era realmente consciente de ello. “Estaba criando a mi hija. Me había divorciado de su papá, estaba haciendo lo mejor que podía y pensé que teníamos una buena vida», recuerda.

Por ese entonces, una amiga de Burks trabajaba de enfermera en un hospital local. Fue en ese hospital donde ocurrió algo que transformaría el futuro de Burks. Estaba ahí, charlando con las enfermeras cuando algo le llamó la atención: «Al final del pasillo había una puerta y una gran bolsa roja que parecía de riesgo biológico».

Intrigada, Burks caminó por el pasillo y, cuando llegó a la puerta, se quedó bastante desconcertada. En el suelo, junto a las señales de peligro biológico, había media docena de bandejas de comida intactas, todas apiladas. Nadie había entrado por esa puerta para entregárselas al paciente desde hacía un par de días.

El comienzo

Burks entonces se acercó a la puerta y escuchó susurros muy débiles del otro lado «Ayuda, ayuda…». «¿Y cómo no entrar por una puerta tras la que alguien pide ayuda? ¿No entras a ayudarles?», se pregunta. Al pasar por la puerta vio a Jimmy, un joven en una condición muy frágil, «muy cerca de la muerte», recuerda.

«Dijo que quería a su madre ahí. Y yo dije ‘iré y llamaré a tu madre por ti'». Les dijo a las enfermeras que el hombre quería ver a su madre, que la llamaran. «Y se voltearon todas a la vez… y me dijeron ‘cariño, su mamá no vendrá'». Le explicaron que el joven llevaba ahí seis semanas, que nadie iría a verlo y que era mejor que no entrara a esa habitación.

El cáncer gay

«Insistí en pedirles el número telefónico de su madre y, de mala gana, me lo dieron con la indicación que use el teléfono público al final del pasillo», explica Burks. «No podía creerlo. Pero fui y llamé a su madre y ella dijo ‘no tengo ningún hijo’, ‘mi hijo murió hace años cuando se volvió gay‘».

Entró de nuevo a la habitación, tomó su mano y Jimmy la sujetó del brazo y la comenzó a acariciar. La miro y le dijo «Oh, mamá, sabía que vendrías». Fue un momento durísimo para Burks: «Probablemente él había perdido la capacidad de llorar hacía semanas y todavía tenía manchas en la cara de la última vez que pudo llorar.

La mujer ni siquiera pudo inventar algo, como que su madre no estaba en casa y la llamaría después. En lugar de eso, tomó una toalla, agua y jabón, y limpió el cuerpo del joven. «Le cantaba canciones de cuna», recuerda. Jimmy murió 13 horas después, acompañado por Burks en la habitación.

¿Dónde enterrarlo?

El joven fue cremado y pensó en llevar las cenizas en una urna al cementerio de la ciudad, pero surgió otro problema. El guarda le dijo ‘no puedo venderte una tumba porque no quiero que todos esos jugos del sida corran por mi cementerio'», dice Burks. «Pensé en morirme;  Miami se había convertido en el «epicentro» del VIH de todo EE.UU.

No había tenido una buena relación con su madre, y lo único que ella había heredado de ella era un cementerio. Uno con mucho espacio disponible. Ella para vengarse de su hermano por las malas relaciones que tenían compró todas las tumbas restantes en el cementerio familiar para que él y su familia no pudieran ser enterrados con el resto de nosotros. “Compró 262 tumbas y yo las heredé porque soy su hija única», cuenta.

Burks decidió no contarle a nadie lo que estaba haciendo. Recogió las cenizas de Jimmy y las puso en una tumba adecuada, junto a los restos de su padre para que estuviera acompañado. No pasó mucho tiempo hasta que una llamada se convirtió en dos o tres. Burks estaba abrumada.

Se convierte en ángel

También la contactaban jóvenes gravemente enfermos que habían regresado con sus familias a Hot Springs desde ciudades más liberales como Nueva York y San Francisco.

«Era increíble que volvieran a casa pensando que seguramente su familia los volvería a acoger. Que sus madres al verlos tan delgados abrirían los brazos y les dirían ‘cariño, ven aquí, déjame abrazarte’. Eso no sucedió. Sus familias no los querían en absoluto», explica Burks.

Al pasar por esto, muchos hombres que no contaban con nadie terminaban acudiendo a Burks, quien se convirtió en un «ángel» en la epidemia de sida.

«No tenían un alma en la Tierra, ni una, y yo sustituí a tantos de sus amigos y seres queridos como pude».

Se hizo cargo de más y más hombres enfermos y cuando morían los llevaba a su cementerio. «Tenía miedo de que alguien descubriera lo que estaba haciendo, enterrando a pacientes con sida».

Construye red de apoyo

Pero a medida que pasaban los meses, el trabajo de apoyo fue echando raíces. Construyó una pequeña red de gente dispuesta a dar cobijo, alimentación o cualquier cosa que ayudara.

Hasta que hace unos años, los medios empezaron a investigar sobre aquella «enfermera», aunque no lo fuera, que ayudó a tantos pacientes de VIH en Arkansas.

«El diario Arkansas Times escribió esta notable historia sobre mí y mi trabajo, y simplemente despegó [la fama] a partir de ahí», explica.

Escribió un libro titulado «All the young men: how one woman risked it all to care for the dying» (Todos los jóvenes: cómo una mujer lo arriesgó todo para cuidar a los moribundos).

Burks dice que no le gusta revivir el pasado, pero se siente orgullosa de lo que logró y haber hecho buenos amigos: «Mantener a la gente viva y amarla. Los amamos a todos».

 BBC.COM/MUNDO


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