Seis de los nazis murieron en prisión y el séptimo Rudolf Ness se suicidó ahorcándose en su celda
INFOBAE.COM
El Tribunal de Nuremberg concluyó en julio de 1947 los juicios a los 22 nazis de mayor influencia que habían sobrevivido a la caída del nazismo en la II Guerra Mundial, de los cuáles 12 fueron condenados a muerte y ejecutados, 3 fueron absueltos y 7 penados con prisión., de estos 6 murieron en la tenebrosa cárcel de Spandau, ubicada en Berlín, y uno, Rudolf Hess, se suicidó ahorcándose en su celda.
De estos siete salvados de morir en la horca, tres fueron condenados a cadena perpetua: Rudolf Hess, Erich Raeder (Comandante en Jefe de la Marina) y Walter Funk (Ministro de Economía y presidente del Reischbank).
De los siete, el más prominente era Hess (1933-1987), por haber sido el lugarteniente de Hitler entre 1933 y 1941 en que defeccionó para volar subrepticiamente a Escocia a Escocia en un intento de negociar la paz con el Reino Unido fue Hecho prisionero y condenado al final de la guerra por crímenes contra la paz, a la pena de cadena perpetua hasta su suicidio en 1987
A Konstantin Von Neurath (Ministro de exteriores y a cargo de Bohemia y Moravia) le dieron 15 años; como tenía 73 años se interpretó que era otro de los que moriría preso, Albert Speer (Ministro de Armamento, arquitecto del Fuhrer y diarista minucioso en Spandau), con su fingido arrepentimiento, logró escapar a la horca y obtuvo una pena de 20 años.
Baldur Von Schirach (líder de las Juventudes Hitlerianas y gobernador de Viena) también recibió dos décadas. Y a Karl Dönitz (Comandante de la Marina y sucesor de Hitler al mando del estado alemán -creyó serlo hasta el final de sus días-) le tocó la pena más benévola: 10 años.
[Lee: Ishii, el más grande criminal de guerra nunca fue juzgado]
La cárcel de Spandau
Los magistrados de ese tribunal internacional inédito, una vez dictada sentencia salieron de regreso hacia sus países. No deseaban estar en Nuremberg ni un segundo más. Eso hizo que no se supiera bien cómo aplicar las condenas de prisión. ¿Dónde se los alojaría? ¿En qué condiciones? ¿Desde qué día comenzaba a correr el cómputo? Esos y muchos otros interrogantes debieron ser respondidos sobre la marcha navegando entre las tensiones políticas de los cuatro países que decidían.
La cárcel berlinesda de Spandau se había terminado de construir en 1881. Hasta 1919 había funcionado como lugar de reclusión militar. Durante la Segunda Guerra Mundial servía como lugar de tránsito hacia algunos de los campos de concentración cercanos a Berlín. Tenía 132 celdas y en 1946 estaba casi al punto del hacinamiento con más de 650 prisioneros.
El estado general del edificio era muy malo. Varios bombardeos habían deteriorado su estructura. Todo cambió cuando llegó la orden de evacuar a todos los prisioneros. La cárcel debía quedar vacía e iniciar un proceso fulminante de reconstrucción para alojar a los siete prisioneros que habían logrado salir con vida, pero con largas condenas, de los Juicios de Nuremberg. Se refaccionaron todas las instalaciones y se reforzó la seguridad de la propiedad. Spandau debía ser impenetrable.
Fue la cárcel con mayor número de guardias por preso. Había 25 guardias por cada detenido. En sus últimos veinte años, la prisión alojó a un solo recluso, a Rudolf Hess. Respecto de las condiciones de detención, los británicos y franceses sostenían que debía brindárseles condiciones de vida dignas.
Privaciones
Pero los soviéticos encontraron un elemento para hacer valer su posición.. Una carta por mes, una visita cada tres meses, una dieta demasiado frugal, incomunicación casi total entre ellos y con los guardias. Pretendían que los prisioneros no gozaran de ningún beneficio, que su estadía en Spandau fuera lo más dura posible.
La administración de Spandau rotaba cada treinta días. Así durante tres meses (salteados) por año soviéticos, norteamericanos, ingleses y franceses tenían el poder en la cárcel. Spandau fue la última empresa de manejo conjunto que le quedó a los Aliados luego del divorcio producido después de la Segunda Guerra Mundial
La incomunicación entre los detenidos tenía como fin que no tramaran nada. Los reos estaban definidos, estaba el fanatismo de Hess, la inteligencia y el carácter resbaladizo de Speer, la determinación de Donitz, que seguía sosteniendo que él era el que gobernaba a Alemania. Temían que dentro de Spandau se forjara una conspiración que hiciera renacer al nazismo con el apoyo de los fanáticos que pervivían afuera.
Los prisioneros debían estar enterrados en vida. Albert Speer en su Diario de Spandau (tal vez el mejor registro de la vida cotidiana en esa cárcel) consigna en uno de esos primeros años: “La soledad es cada vez más abrumadora”.
[Lee también: Alimenta a tus cuyes con forraje verde hidropónico]
Rumor de fuga
El régimen de comidas era muy escaso. Los siete hombres empezaron a perder mucho peso. Speer escribió que por primera vez en su vida sabía lo que era el hambre. Al terminar sus comidas, gateaba por el piso para levantar las migas que pudieran haber caído y comérselas. Rápidamente debieron aumentar las raciones.
Durante años un rumor habitó Berlín, según lo narra Norman Goda en “El Oscuro Mundo de Spandau”, de que Otto Skorzeny, el líder de los comandos de Hitler, planeaba una operación de ataque para liberar a los detenidos con el uso de decenas de helicópteros y un millar de soldados.
Pasados los años, las restricciones y controles se relajaron. Tuvieron más visitas, mejores comidas, podían enviar y recibir cartas cuando quisieran y conversar con mayor libertad.
Se empezó a discutir qué hacer en caso de fallecimiento. La primera opción fue que se le enterrara en uno de los patios de Spandau. Sin embargo, no fue necesario tomar decisión al respecto. Los prisioneros salieron cuando su estado de salud ya era grave o cuando cumplieron la condena. El último en salir fue Albert Speer, en octubre de 1966.
Hess se suicidó
A partir de ese momento y hasta 1987, Rudolf Hess se convirtió en el único habitante de Spandau. Ni indulto, ni prisión domiciliaria, ni alojamiento en un hospicio. Ninguna opción logró consenso. Las cuatro potencias quedaron custodiando a este anciano que desde 1941 empezaba a desvariar.
Durante años, Hess no dejó dormir a sus compañeros de las celdas vecinas debido a los alaridos que pegaba de noche, motivados según él en fuertes dolores en el abdomen, aunque los médicos jamás le encontraron afección alguna.
En sus cuarenta años de reclusión Hess pasó por varios intentos de suicidio poco convincentes. Recibió su primera visita en la cárcel recién en 1964, 18 años después de su ingreso. Y recién en 1969 lo visitaron su esposa y su hijo.
Hess era el prisionero más vigilado de la historia. Todos los que estaban en esa cárcel estaban para cuidarlo a él. Sin embargo, ese viejito de 93 años, ese criminal de guerra nazi, el 17 de agosto de 1987, logró escapar de la vista de sus cuidadores y, luego de haber fracasado varias veces en los últimos cuarenta años, logró ahorcarse con el cable de una lámpara.
Así dio por finalizado su largo cautiverio. Y también la vida útil de la prisión de Spandau, que poco después fue demolida.
(Fuente: https://www.infobae.com/historias/2021/08/17/la-tenebrosa-carcel-de-spandau-7-criminales-nazis-que-se-salvaron-de-la-horca-y-el-suicido-de-rudolf-hess-el-animal-de-auschwitz/