Maduro y la farsa comunista

por | Ene 28, 2019 | Opinión

Por Francisco Diez-Canseco Távara 

No hay un solo antecedente de un gobierno comunista o, usando el eufemismo que luego explicaremos, autodenominado socialista a secas que no se haya convertido en una oprobiosa y corrupta dictadura violadora de los derechos humanos y de las libertades públicas.

En los inicios del siglo XX el socialismo, que consiste en su forma ortodoxa en la acumulación de los bienes de producción y prestación de servicios por parte del Estado, tenía por objeto crear una “dictadura del proletariado” para luego disolverse en una sociedad comunista e igualitaria en la que “a cada cual según sus necesidades y a cada cual según su capacidad”. Falsa utopía.

Salvador Allende proclamó, al asumir la presidencia de Chile en 1970, que el socialismo había dejado de ser un vehículo para llegar al comunismo y se había convertido, de por sí, en un objetivo, supuestamente para lograr la justicia social.

Y no confundamos socialismo, en esa vertiente totalitaria del marxismo, con la social democracia que propone una sociedad democrática, con elecciones libres, respeto por los Derechos Humanos y  una participación regulatoria del Estado en una economía de libre mercado.

El socialismo marxista y estatista es el motor de regímenes como el del genocida Maduro y las dinastías imperantes, en pleno siglo XXI, en Corea del Norte y Cuba. En la práctica, ahí los términos socialismo y comunismo son un mero pretexto para justificar gobiernos totalitarios de la peor raigambre.

Como los rojos criollos de todos los pelajes ya no saben cómo defender el “socialismo del siglo XXI” de Chávez y Maduro, ahora están resucitando la Doctrina Estrada, lanzada en 1930 por el canciller mexicano del mismo apellido, bajo el principio de la “no intervención” frente al creciente poderío del imperialismo yanqui.

Pero a Venezuela, ya lo he dicho, hay que aplicarle la Doctrina Betancourt que deslegitima a los gobiernos dictatoriales y, en aplicación del artículo 1ro de la Carta de Bogotá que da origen a la OEA, obliga a los países firmantes a no reconocerlos como ya lo ha hecho el Grupo de Lima y EEUU y están a punto de hacerlo varias importantes naciones europeas.

El resto es cháchara  marxista.


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