Vivimos una época política y constitucional de mucha virulencia. Hay una absoluta judicialización de la política y ya hemos visto cómo al mal ejemplo que ha significado que, mediante una acción de amparo indebidamente interpuesta, con una medida cautelar irregularmente dada, que no corresponde, se ha pretendido paralizar el concurso en el Congreso para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional.
Es verdad que ese concurso tenía ya muchos cuestionamientos, y también es verdad que no había producido candidatos de excelencia, excepto la de Carlos Hakansson; pero nadie puede discutir que es una facultad exclusiva y excluyente del Congreso de la República elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional.
Sin embargo, con una orden judicial cautelar, con una tergiversación e instrumentalización del amparo, se ha pretendido detener este proceso constitucional.
Ahora se suma a eso otra acción de amparo que pretende detener el accionar del Jurado Nacional de Elecciones en la proclamación. Y como esas, el mal ejemplo cundirá y habrá otras acciones de garantía que mal utilizándolas también pretendan tergiversar su noble finalidad y su validez constitucional.
A esto el Poder Judicial ha respondido de manera irregular. Por un lado, pide autonomía y respeto a la decisión judicial por más que esté notoriamente equívoca. Pero por otro, elude la responsabilidad de acudir la presidenta del Poder Judicial al Congreso de la República, a la Comisión a la cual había sido invitada. Lo mismo ha ocurrido con el actual Fiscal de la Nación encargado, que también ha eludido esa responsabilidad.
Nos queda claro que esta judicialización de la política no va a traer nada bueno y los próximos meses se avizoran sumamente complicados para el país.
Por un lado, porque va a haber un nuevo gobierno, que pretende imponer una Asamblea Constituyente a pesar de que no está en la Constitución. Y por otro, porque se ha perdido el respeto básico a las instituciones esenciales del derecho, sobre todo del derecho constitucional, donde aparecen muchas opiniones, muy dispersas, casi tantas como opinólogos quieran darlas, y algunos recusan a otros llamándolos ignorantes, o llamándolas como personas que están sin conocimiento esencial para poder dar esa opinión
En medio de ese fárrago, el país va a entrar al Bicentenario Nacional y a un nuevo gobierno y la verdad es que el futuro inmediato aparece absolutamente incierto.
