28 de diciembre de 2025

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Por: Arturo Bobbio C. // Dina: la soberbia y la política

Arturo Bobbio C.

550 años antes de Cristo, los sabios filósofos griegos identificaron y conceptualizaron un gran mal de la humanidad, la soberbia o “hybris”; esta era la arrogancia desmesurada, un desbordamiento de ego que llevaba a los seres humanos a desafiar los límites impuestos y creerse dioses. Esta soberbia, bajo su análisis, nunca quedaba impune y en todas sus alegorías siempre terminaba desencadenándose en un castigo o “némesis” de los dioses, sanción divina que en todos los casos llegaba a corregir a los ególatras desmedidos, muchas veces terminando con sus vidas.

Hoy, más de 2500 años después, especialmente en la política, no hemos aprendido la lección; la hybris se manifiesta no solo en el intento de algunos mandatarios de concentrar el poder, sino en ignorar al ciudadano común, creerse indispensable o imaginar que sus decisiones están por encima de todo y de todos. Esta soberbia política que desconecta a nuestros dirigentes de las necesidades reales del ciudadano, haciéndolos creer que el Estado es su propiedad, hará que la némesis sea mucho más profunda y contundente.

Si bien en nuestra cosmovisión los castigos no provienen de dioses del Olimpo, en la actualidad tenemos normas, ministerio público, contraloría, ciudadanos y muchas instituciones que persiguen a malas autoridades que, por egocentrismo, caen en actos de corrupción, pensando que el poder que les dimos para administrar el país nos convierte en súbditos suyos, en esclavos que no nos podemos quejar ni levantar nuestra voz; craso error si tenemos en cuenta que todos nuestros expresidentes están presos.

Dina debe ser consciente de que el poder corrompe fácilmente cuando no se ve limitado por la crítica, por el escrutinio del ojo público. Aquí la hybris se convierte en una amenaza real; políticos que creen ser salvadores, incapaces de reconocer errores o de rectificar el rumbo, encarnan a líderes cegados por su propio reflejo, incapaces de actuar en función del bien común. La falta de autolimitación, de rendición de cuentas y de humildad genera colaterales judiciales que, por más que un tribunal constitucional les haya dado una victoria pírrica, tendrán que rendir cuentas luego de que termine su mandato, más aún si analizamos que los cuatro huéspedes de Barbadillo tuvieron la misma protección de no ser investigados durante su mandato, pero igual la fiscalía logró probar sus delitos y hoy purgan prisiones que hacen sufrir a sus familias.

Cuando el gobernante ya no ve al ciudadano como un igual, sino como un inferior o una cifra en las encuestas, el sistema político se desequilibra. La virtud cívica, que tanto valoraban los clásicos, se disuelve en el culto a la personalidad. La hybris se instala, y con ella la decadencia, que termina con la némesis profiláctica que acaba con aquellos políticos soberbios y muchas veces hasta con sus familias.

 

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