En 1804, el general Jean Jacques Dessalines proclamó la independencia de Haití de la República Francesa (previa revolución de 1791), erigiéndose en su emperador. El siguiente paso fue la masacre de todos los hombres y mujeres blancos que habitaban esa parte de la isla “LA ESPAÑOLA” que comparte con la República Dominicana. Este violento acto de crueldad signaba el futuro de esta distopía hecha nación, en su momento guarida de piratas y corsarios, azote de los barcos españoles cargados de oro de México y Perú. Su ubicación estratégica sigue siendo muy especial en los tiempos violentos que esta nación olvidada vive. Hoy, enclave de narcotráfico, tráfico de armas y de todo el abanico de lo que la maldad del ser humano se pueda imaginar.
Todos los miedos y temores de cualquier república moderna se han consumado en este país marginado, desprestigiado y, sobre todo, despreciado por la comunidad internacional. La delincuencia común y las bandas organizadas han tomado el poder, convirtiéndolo en tierra de nadie y en un verdadero infierno dantesco, con niveles de maldad cada vez más sofisticados. El amo y señor de este apocalíptico escenario es un ex policía, Jimmy Cherizier, alias “Barbicue”, líder del grupo armado Fuerzas Revolucionarias de la Familia G9 y aliados, una fuerza formada por 9 grupos de pandillas, todos delincuentes, asesinos, narcotraficantes, acusados de cometer todos los delitos posibles, inclusive hasta el canibalismo. Como todo en la vida, la explicación de esta maldad descontrolada y desgobierno se asienta en la necesidad de estas mafias de controlar el tráfico de armas provenientes de los Estados Unidos, las mismas que se compran al menudeo y se envían clandestinamente a través muchas veces de la ayuda humanitaria. El otro frente es el narcotráfico, que ha tomado este país como un gran portaviones desde donde se distribuye su letal mercancía hacia todo Occidente.
Pero la historia de desgobierno de esta cenicienta americana es de larga data. Según Jake Johnston, economista y escritor, Haití es “la consecuencia de un cúmulo de intervenciones militares y de ayuda humanitaria fallidas”. La renuncia de su primer ministro, Ariel Henry, en el extranjero justo pidiendo ayuda militar en Kenia para poner orden en la isla, desató el infierno que ahora vemos. Muchas preguntas quedan sueltas y sus respuestas lindan con las teorías de la conspiración, que tienen que ver con fundaciones norteamericanas y carteles del narcotráfico. Este Macondo caribeño es lo que es por una conjugación de brutalidad de oportunistas locales con la más sucia venganza de las potencias resentidas (Francia), su pecado ser la primera nación libre y la primera en abolir la esclavitud. Ante este desolador panorama, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, con todo el crédito que tiene por ser el gran Pacificador de la barbarie que era su país, ha levantado la mano para decir que él puede solucionar el problema. Solo pide una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, el consentimiento del país anfitrión y cubrir todos los gastos de la misión. Esperemos sentados, la comunidad internacional no lo hará más famoso.
(*) Internacionalista