Las teorías conspirativas funcionan. No solamente como señuelo, sino como instrumento político. Y cuando las mentiras generan violencia y recompensan a sus propagadores, los fanáticos, como la organización terrorista Hamás, las instalan una y otra vez.
Si alguien todavía se pregunta acerca de cuáles son las consecuencias de la utilización de mentiras para incitar al terrorismo, sólo debe contemplar los horrendos ataques del primer viernes de este mes. Dos israelíes nacidas en Londres, Rina de 15 años y su hermana mayor Maia, de 20 años, fueron asesinadas, y su madre Lucy, resultó gravemente herida (falleció luego de 3 días) cuando terroristas palestinos balearon el auto familiar. Esa misma noche, un atentado con embestida en el paseo marítimo de Tel Aviv, mató a Alessandro Parini, un abogado romano de 35 años, e hirió a otros siete peatones, todos ellos, turistas de Italia y del Reino Unido.
Está claro que la incitación por parte de Hamás y otras fuentes palestinas, puede tener consecuencias que van mucho más allá de la trágica pérdida de estas vidas inocentes. En ningún lugar, este fenómeno es más evidente que en Jerusalén, específicamente en relación con el Monte del Templo. Este sitio sagrado, donde se erigieran el primer y segundo Gran Templo, y a posteriori, se construyeron el Domo de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa, tiene una larga historia, como punto álgido de enfrentamientos, que pueden derivar en conflictos más amplios.
Durante más de un siglo, han sido utilizadas acusaciones infundadas alusivas al Monte del Templo, como pretexto para desencadenar la violencia antijudía, comenzando por el Muftí de Jerusalén. En la década del ’20, la mentira de Haj Amin al-Husseini, acerca de que la mezquita de Al-Aqsa estaba en peligro, desencadenó una serie de disturbios árabes que derivaron en cientos de muertos, y perversamente, fueron impuestas restricciones a la inmigración judía por parte de las autoridades británicas, en un intento de apaciguar a las turbas.
Desde entonces, los dirigentes palestinos y las figuras religiosas han fabricado amenazas contra la mezquita-considerada por los musulmanes como su tercer lugar más sagrado- a fin de incitar al terrorismo, inspirar levantamientos, desencadenar hostilidades armadas y lograr objetivos políticos.
Este modelo de conducta, ha vuelto a asomar su fea cabeza. Hace dos semanas, la noche previa al inicio de la festividad judía de Pesaj, activistas de Hamás y sus adeptos, se atrincheraron dentro de la mezquita de Al-Aqsa. Armados con fuegos artificiales y elementos contundentes como piedras pesadas, obligaron a la policía a reaccionar, con el fin de evitar ataques contra los fieles judíos en el Muro Occidental y permitir que los pacíficos fieles musulmanes eleven sus plegarias en la mezquita.
Con la excusa de que Al-Aqsa estaba en peligro-cuando en realidad, el único peligro era el creado por los radicales islamistas que disparaban masivas cantidades de fuegos artificiales dentro de la propia mezquita- Hamás amplió luego su ofensiva a otros frentes. Fueron lanzados 34 cohetes desde el Líbano, con la anuencia de Hezbolá, respaldada por Irán, contra comunidades israelíes de la Galilea Occidental. Luego, tras la respuesta mesurada de Israel contra las instalaciones militares de Hamás, fueron lanzados misiles desde Gaza contra civiles israelíes que residen cerca de la frontera sur y aumentó la frecuencia de los atentados terroristas fatales.
Las invocaciones de una amenaza judía ficticia contra Al-Aqsa, son un pequeño, aunque sumamente poderoso componente de la más amplia campaña de incitación que se libra contra Israel. Durante décadas, la incitación ha sido utilizada para motivar a los palestinos a asesinar israelíes y perpetuar el conflicto.
En los últimos anos, se ha observado otro componente de la incitación relacionada con Al-Aqsa que tiene el propósito de poner fin a las visitas de los judíos, a su sitio más sagrado, el Monte del Templo. Los visitantes judíos, son descritos, inevitablemente, como “asaltantes” y “profanadores” del Monte, y se adoctrina a los jóvenes palestinos para que crean que es su deber religioso defender Al-Aqsa, contras las agresiones israelíes inventadas.
De hecho, las visitas de los judíos, se llevan a cabo de una manera respetuosa y acorde con las limitaciones impuestas a todos los no musulmanes; sólo pueden visitar el Monte del Templo en horarios fijos, no ingresan a la mezquita de Al-Aqsa, y los judíos no tienen permitido rezar públicamente en su sitio más sagrado. Por lo general, las visitas de los grupos judíos consisten en una caminata pacifica a través de los inmensos espacios abiertos de esta explanada de 36 acres, mientras son protegidos por la policía, del acoso de los extremistas islámicos. Por el contrario, las restricciones impuestas a los fieles musulmanes, se limitan a las necesarias, a fin de garantizar la seguridad pública.
Las estadísticas que comparan ambas poblaciones, son inequívocas. El año pasado, aproximadamente 1.250.000 musulmanes ingresaron al Monte del Templo para practicar su culto durante el mes de observancia del Ramadán. Es más, esta mañana, más de 130.000 musulmanes participaron en las oraciones de Ramadán en el Monte del Templo y más de un millón de musulmanes han entrado al Monte del Templo desde el inicio del Ramadán.
Las restricciones impuestas a los visitantes judíos y a otros no musulmanes, derivan de una decisión adoptada por Israel, tras la reunificación de Jerusalén, en 1967, para mantener el Statu Quo en el Monte del Templo y permitir que el Waqf continúe administrando el sitio sagrado.
El respeto de Israel por las creencias musulmanas es coherente con el compromiso del Estado judío de salvaguardar los sitios sagrados de todas las religiones y mantener la libertad de culto. Estos compromisos están consagrados, entre otras cosas, en la declaración de la independencia de Israel, que declara que Israel “garantizará la completa igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes, independientemente de su religión…garantizará la libertad de culto…(y) salvaguardará los sitios sagrados de todas las religiones…”.
Mucho se ha hablado en los medios de comunicación sobre la coincidencia del Ramadán con la festividad de Pesaj, que se celebra durante siete días. No obstante, resulta evidente que la violencia en el Monte del Templo, no fue consecuencia de una coincidencia cronológica. Israel protege la libertad de culto y la práctica habitual en los sitios sagrados para los miembros de todas las religiones, pero no permitirá que la seguridad de sus ciudadanos se vea amenazada por extremistas alentados por elementos terroristas.
Contrariamente a la narrativa sostenida por Hamás y por los activistas antiisraelíes, los disturbios no son, en absoluto, una reacción espontánea a una supuesta afrenta a la sensibilidad musulmana. Por el contrario, siguen el modelo de brotes anteriores, en los cuales Hamás maneja deliberadamente provocaciones violentas que se programan para aprovechar el sensible periodo del Ramadán.
Como es habitual, estos actos provocativos son principalmente impulsados por la agenda política de Hamás, ya sea relacionada con rivalidades internas palestinas, asuntos entre árabes, su percepción de que Israel es vulnerable, o situaciones en el ámbito internacional.
Un análisis imparcial e informado de los incidentes actuales y pasados, establecería sin duda, que los disturbios y otros hechos de violencia instigados por Hamás, son parte inherente de una estrategia cuidadosamente calculada. Dicha estrategia ha demostrado ser exitosa desde la época del Muftí, beneficiando a los extremistas tanto internamente en la esfera palestina como internacionalmente, en los medios de comunicación y círculos políticos.
Lo único que Israel desea es, que la calma sea mantenida en beneficio de todos aquellos que desean vivir y rezar en paz. Sin embargo, mientras se condene injustamente a Israel y se recompense a los terroristas, estamos condenados a ver cómo la violencia recrudece ahora y se repite en el futuro, siempre que sea conveniente a los malvados planes de Hamás.
(*) Embajador de Israel en Perú