19 de diciembre de 2025

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Por: Luis De Stefano Beltrán, PhD (*) y Ernesto Bustamante, PhD (**) // Repensando la narrativa climática: el calentamiento global como ciclo natural

Luis de Stefano - Ernesto Bustamante

En una época dominada por titulares sobre ‘crisis climáticas’ y catástrofes inminentes, es crucial fundamentar nuestra comprensión del fenómeno climático usando evidencia científica y no un alarmismo innecesario. La realidad es que el calentamiento (y el enfriamiento) global no es un evento apocalíptico provocado por el hombre, sino un proceso natural y cíclico impulsado por fuerzas geológicas y astronómicas. Durante el último millón de años, la temperatura de la Tierra ha oscilado entre 9 y 10 °C en ciclos de aproximadamente 100,000 años, caracterizados por calentamientos rápidos seguidos de enfriamientos más lentos, como revelan los registros isotópicos del hielo antártico.

Estos patrones climáticos ocurrieron durante períodos anteriores a la civilización humana, lo que nos recuerda que expresiones como ‘emergencia climática’ a menudo carecen de un riguroso respaldo científico. La temperatura del planeta está influenciada principalmente por la radiación solar y por el efecto invernadero, que retiene el calor en la atmósfera. La atmósfera está constituida por nitrógeno (78%) y oxígeno (21%) pero los principales gases de efecto invernadero están en ese remanente de 1% e incluyen el vapor de agua —el más potente (representa 66% a 85% del efecto) — y el dióxido de carbono (CO2), que contribuye solo entre el 9% y el 26%.

El metano y otros gases desempeñan en conjunto un papel menor. Las emisiones humanas de CO2 -a menudo el chivo expiatorio como el principal factor del calentamiento- son marginales en comparación con las fuentes naturales. Anualmente, procesos naturales como la desgasificación oceánica, la actividad volcánica y la respiración biológica liberan alrededor de 750 gigatoneladas de CO2, mientras que las actividades humanas añaden aproximadamente 29 gigatoneladas, o solo entre el 3% y el 4% del flujo total. Sin embargo, la concentración atmosférica de CO2 ha aumentado linealmente hasta ~427 partes por millón (ppm) en 2025, un nivel que no muestra una correlación causal directa con picos significativos de temperatura ni con las emisiones humanas por sí solas.

Desde una perspectiva geológica, los niveles actuales de CO2 son notablemente bajos. Durante el período Cámbrico (hace ~500 millones de años), las concentraciones alcanzaron las 4,000 ppm, y en el Paleoceno-Eoceno (hace ~50-60 millones de años), superaron las 2,000 ppm: épocas en las que la Tierra era mucho más cálida y la vida prosperaba sin ‘catástrofes’. Sí, en el período Cámbrico existió vida. De hecho, fue un período de gran diversificación y explosión evolutiva para los animales marinos. Se considera que la mayor parte de los principales planes corporales de animales que vemos hoy en día se desarrollaron durante el período Cámbrico (con 10 veces más CO2 que hoy). Durante los últimos 50 millones de años, el CO2 ha tendido a disminuir junto con el enfriamiento global, pasando de picos de alrededor de 1,600 ppm durante el ‘invernadero’ del Eoceno temprano a niveles preindustriales más recientes de 280 ppm.

El CO2, lejos de ser un contaminante, es una molécula esencial para la fotosíntesis. Las plantas necesitan al menos 150 ppm de CO2 para sobrevivir, y niveles más altos mejoran su crecimiento, como lo demuestran las tendencias actuales de reverdecimiento de la vegetación a nivel global. El modesto aumento actual de CO2 no ha provocado un calentamiento descontrolado, sino que se alinea con la variabilidad natural. Esta variabilidad está orquestada en gran medida por factores astronómicos, conocidos como ciclos de Milankovitch, que incluyen la excentricidad orbital de la Tierra (cada ~100,000 años), la inclinación axial (cada ~41,000 años) y la precesión (cada ~23,000 años). Estos ciclos alteran la distribución de la energía solar, iniciando transiciones glaciales-interglaciales; lo que explica los ciclos de las eras glaciales del último millón de años.

Las fluctuaciones de la radiación solar, combinadas con estos ciclos, eclipsan la influencia del CO2 antropogénico, que desempeña un papel real pero no único en el panorama climático general. Los océanos, bosques y volcanes emiten la mayoría del CO2. Los períodos de estabilización del calentamiento reciente subrayan aún más que se trata de un proceso gradual y natural, no de una crisis que se acelera. Para el Perú, un país rico en biodiversidad, pero muy vulnerable al cambio climático, estas perspectivas ofrecen importantes lecciones sobre la importancia del pragmatismo y la prevención del pánico. Nuestro país ha lidiado durante mucho tiempo con fenómenos cíclicos como El Niño, que provoca inundaciones y deslizamientos de tierra devastadores, agravados no principalmente por el CO2 global, sino por la mala planificación urbana y la deforestación. El fenómeno de El Niño de 2017, por ejemplo, causó más de 100 muertes y daños a la infraestructura en el norte de Perú, lo que pone de relieve el papel de los asentamientos informales en zonas propensas a inundaciones para agravar los desastres.

Los modelos climáticos actuales predicen fenómenos extremos más frecuentes debido a la variabilidad natural, pero la baja capacidad de adaptación del Perú implica que debemos priorizar la resiliencia: aplicar las leyes de zonificación para evitar la construcción en zonas de alto riesgo, invertir en infraestructura verde-azul -como humedales- para el control de inundaciones y restaurar los bosques andinos para mitigar la erosión.

Es erróneo apresurarse a implementar costosos planes de mitigación. Un ejemplo es la eliminación gradual de los combustibles fósiles -de los que Perú dependerá durante décadas para impulsar su crecimiento económico- pues desvía recursos de estas necesidades urgentes. En cambio, las lecciones de eventos pasados nos enseñan a centrarnos en la adaptación: sistemas de alerta temprana para El Niño, urbanización sostenible en ciudades como Lima y preparación comunitaria ante desastres. Al abordar las causas fundamentales, como la infraestructura inadecuada, en lugar de buscar la reducción de CO2, el Perú puede construir un futuro más seguro en medio de los ciclos eternos de la Tierra. En conclusión, el calentamiento global no es nuevo ni predominantemente provocado por el ser humano; es un ancestral capítulo repetitivo en la historia natural de la Tierra. Para el Perú y el mundo, el verdadero camino a seguir reside en políticas basadas en la evidencia que adopten los ritmos de la naturaleza, fomentando la adaptación y la innovación. Vayamos más allá del miedo y pasemos a la acción informada.

(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia

(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República

 

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