La magia del tiempo, su sortilegio, a veces vincula un episodio histórico como el 23 de mayo de 1923, con un personaje también histórico, el presidente aprista Alan García, que nació ese mismo día, pero en 1949, 26 años más tarde.
En 1923, en efecto, la juventud se auto convocó en el Salón General de San Marcos, bajo el liderazgo de Haya de la Torre, presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, para rechazar al proyecto del mandatario Augusto B. Leguía, y del arzobispo de Lima, monseñor Emilio Lissón, de consagrar nuestro país al Corazón de Jesús. Al culminar el acto, Haya dirigió un vibrante discurso y exhortó a sus compañeros a recorrer las calles de Lima para distribuir un pronunciamiento que, en esencia, demandaba la libertad de cultos y la separación entre Iglesia y Estado.
Los manifestantes lograron romper el cerco policial y se dirigieron a las calles céntricas de la ciudad lanzando arengas y distribuyendo volantes. Los enfrentamientos con las fuerzas del orden fueron inevitables. La Policía montada y agentes de seguridad cargaron violentamente contra los insurgentes, que respondieron con piedras y palos. Se escucharon disparos de bala. En esas circunstancias murieron un estudiante y un obrero tranviario, Absalón Alarcón y Salomón Ponce, cuyos cadáveres fueron conducidos a la morgue central.
Basadre recuerda que “aquella noche Haya de la Torre recorrió solo las calles centrales anunciando la muerte del estudiante y del obrero y pidiendo que se dejara sentir la protesta popular”. Al día siguiente estudiantes y obreros rescataron los cuerpos del mortuorio para trasladarlos al claustro universitario. Alumnos y catedráticos – incluyendo el rector, Manuel Vicente Villarán – participaron en el velatorio y el 25 de mayo una multitud, estimada por el diario La Crónica en treinta mil personas, condujeron los féretros al cementerio de Lima. El líder de la revuelta escaló las galerías de la cripta para, desde ese montículo de cemento, pronunciar un discurso que el diario La Prensa resumió en una sola línea, en un párrafo de cinco palabras: “! El quinto mandamiento, no matarás ¡”.
El 29 de mayo de 1931 la revista APRA, que antecedió al diario La Tribuna, expresó que “el aprismo nació el 23 de mayo de 1923”. Más adelante, el propio jefe del aprismo sostuvo: “Para nosotros el 23 de mayo tiene dos santos y ahí está el nombre inicial de nuestro partido: Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales. Porque el 23 de mayo no es propiamente el santo, del natalicio, digamos, del Partido, del movimiento: es, en realidad, la fecha en que adquiere su uso de razón política. […] Se sella ahí con sangre, la unidad del obrero y del intelectual. Se justifica entonces por esa sangre misma, la necesidad de un frente único para la defensa común. Nadie dudó ya, frente a la lucha del 23 de mayo, en los episodios dramáticos de aquellos tres días memorables, nadie dudó que teníamos que estar juntos el brazo que trabaja y el cerebro que piensa”.
Haya, también gestor de las jornadas por las ocho horas de trabajo, de la reforma universitaria y las universidades populares, fue apresado en octubre de 1923 y recluido en el penal El Frontón. Se declara en huelga de hambre y lo deportan a Panamá. El 7 de mayo de 1924 funda en México el APRA continental y el 21 de septiembre de 1930 nace en Lima el Partido Aprista Peruano. Retorna como candidato presidencial para las elecciones generales de 1931.
Recordaba Alan la fecha auroral del aprismo, porque es el día y mes de su nacimiento. Habría pensado, entonces, en esa mágica conexión del calendario, que lo conectó con la insurgencia del joven Haya de la Torre. Ahora que se ha ido físicamente, Alan nos dejó su magnífica obra de gobierno, su alegría, cultura y talento; lo recordamos con cariño y tierno afecto.
Y, no lo dudo, como no lo duda la abrumadora mayoría de peruanos, que con Alan se fue el último gran político del Perú, que, de haber estado vivo, hubiera impedido la tragedia que padecemos de estar gobernados por un régimen inepto que nos está derivando hacia el fracasado modelo chavista.