Por: Omar Chehade / “Quieren bajárselo a Chehade”, dice la ex funcionaria palaciega Karem Roca, en uno de los audios presidenciales difundidos en estos días y publicados en el diario Expreso y otros medios el 14 de setiembre del presente año, y para que no quede duda de la intención y magnitud de la misma refiere que es por “odio”, ya que el suscrito “se ha puesto los pantalones” en sus labores de reforma y control político.
En ese afán de “bajarse” a mi persona estaría comprometida también la propia Fiscal de la Nación, doctora Zoraida Ávalos, ya que ésta se habría reunido con Mirian Morales y el presidente Vizcarra, donde éste le habría ordenado que “denuncie a los congresistas Alarcón y Chehade”.
Esto amables lectores, en buen romance aquí y en la China, se llama persecución política y revelaría un entramado de poder orientado a perseguir e intimidar a los críticos del gobierno, lo cual está vedado en cualquier estado de Derecho y debe ser denunciado por el bien del país en todas las instancias de defensa de los derechos humanos nacionales e internacionales. No olviden que los audios han sido reconocidos por el presidente Vizcarra, optando solo por minimizar su contenido.
Nadie debe ser indiferente, porque así comienzan las persecuciones que degeneran en dictadura, y luego enfilan contra todo resquicio de pensamiento crítico. Recordemos la advertencia poética del pastor Niemolle: «Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, /porque yo no era socialista. / Luego vinieron por los sindicalistas, / y yo no dije nada, /porque yo no era sindicalista. (…) Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
Por nuestra parte, reservándonos la potestad de la respectiva acusación constitucional, hemos optado como cualquier humilde ciudadano por acudir a la Defensoría del Pueblo, solicitando la defensa de nuestra vida, integridad física y jurídica, así como de nuestros familiares; confiando en el pronunciamiento de ese órgano constitucional.
Sin embargo, en ese contexto de persecución e intimidación, no deben pasar desapercibidos otros elementos que afectan al sistema democrático, como las bravatas del presidente en cada mensaje público, golpeándose el pecho e inventando conspiraciones, mientras ordena al Premier a que con el ministro de Defensa salga en conferencia de prensa de los salones protocolares de Palacio de Gobierno, rodeado de altos oficiales de la FFAA con traje de rangers y borceguíes, faltándoles solo enfilar cañones y fusiles al ristre; haciendo inevitable recordar los estruendosos tanques de Fujimori. En política hablan las imágenes.
Esas persecuciones y exhibiciones de fuerza militar solo ocultan el miedo a que se descubra los intríngulis palaciegos de un insoportable payaso, que tenía insospechado ascendiente y poder sobre la investidura presidencial, tanto o más que sus propias asesoras, y por el cual el presidente habría incurrido hasta en actos delictivos de obstrucción, encubrimiento y contra la administración de justicia, para ocultar el grado de vinculación con aquél.
El odio y persecución que hemos despertado en Palacio, y sin dejar de adoptar las legítimas precauciones en defensa de nuestra vida, como hemos referido, lejos de asustarnos, los hemos considerado un galardón democrático, y estamos lejos de “arrugar” o intimidarnos.
(*) Congresista y ex vicepresidente de la República
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