A los solidarios con Ucrania los podemos encuadrar -con el respeto debido- en cuatro rótulos: rusófobos, simplistas, ingenuos, o embaucados por la propaganda.
Rusofobia, como toda fobia es enfermiza, un caso psiquiátrico. Odio a los rusos porque así se lo enseñaron. Por xenofobia, racismo, prejuicios, por razones ideológico-políticas, subjetividad, intereses subalternos, etc. Incluyendo el nuevo e hipócrita maquillaje: “Rusia sí, Putin, no”.
Los ingenuos y simplistas, siguen la corriente, tienen miedo a opinar, firman panfletos porque sus amigos lo hacen o se los exigen, no se complican porque la mayoría manda, aunque esté equivocada.
Los embaucados viven seducidos por la apabullante propaganda antirrusa, un lavado cerebral constante, que pierden el sentido de la realidad, de la verdad y repiten como papagayos los fake news y las noticias desinformativas.
Habría un quinto rótulo, que serían los defensores a ultranza del derecho internacional, que consideran que Rusia violó sus principios, sin importar los antecedentes de por qué iniciaron la operación militar especial.
Estos acrisolados “olvidaron” en su momento criticar la intervención en Vietnam o las invasiones a Libia e Irak y el bombardeo a civiles en Belgrado.
Estos impolutos consideran que hay golpes de estado buenos y golpes de estado malos.
Igualmente, para estos ilustrados hay referendos buenos como el de Kosovo y malos como el de Crimea.
Es decir, el derecho internacional a su conveniencia.
La operación militar rusa en Ucrania en febrero de 2022, no empezó la guerra. El que quiera creer eso, que viva en su engaño. Las hostilidades empezaron en el 2014 con el golpe de estado a Yanukovich, más que alentado por las naciones occidentales, y se hizo del poder el nazismo. Ahí están los batallones nazis como el Azov incorporados al ejército ucraniano y la glorificación de nazis, como Stepan Bandera.
Ucrania incumplió los tratados Minsk I y Minsk II, que fundamentalmente obligaba a respetar a los ucranianos de habla y cultura rusa, su lengua y sus costumbres. Y, por el contrario, se dedicaron a bombardear el Donbás, causando catorce mil muertos. La persecución a los rusohablantes, hace que Crimea, cuyo más del 80 % de su población es étnicamente rusa, se adhiere a Rusia. El referéndum favorable y el Parlamento lo justifican y esto es puramente libre determinación de los pueblos.
Un dato importante es que cuando el presidente Putin anuncia el término de las maniobras militares, luego de la entrevista con el canciller alemán, Olaf Scholz, Ucrania bombardea el Donbás (Donetsk y Lugansk) y causa 60.000 refugiados, lo que desencadena la operación especial.
Si se quiere obviar estos hechos, los análisis de países e internacionalistas son vacuos e intencionalmente interesados y falaces.
Ahora se pretende un escalamiento del conflicto, que conduciría directamente a la Tercera Guerra Mundial. Por una parte, el comediante Zelenski que pide a Occidente un ataque preventivo a Rusia (él mismo también aprobó una ley que prohíbe hacer la paz con Rusia) y, por otro lado, vemos a un desencajado presidente francés Emmanuel Macron que pretende enviar tropas a Ucrania, como queriendo vengar la derrota de Napoleón y a esos generales alemanes que buscan atacar Crimea, como vengándose de la derrota de Hitler.
Hay que ser conscientes que Rusia no perderá.
No azucemos el fin de la humanidad.
(*) Premio mundial de periodismo “Visión Honesta 2023”