Tras jugar más de 4 horas contra el número uno del tenis mundial, Rafael Nadal consiguió la victoria y jugará semifinales el viernes.
Rafael Nadal no va a poder olvidar la dura velada que ha sido la final contra Novak Djokovic. Son ya unas cuantas, en París, sin embargo, esta tiene un sentido particular. En la foto final no mordisquea ningún trofeo, sin embargo, la Chatrier le demostró un apoyo incondicional. En el momento de escoger, el público lo ha tenido claro: así sea de día o de noche, a cubierto o al raso, en otoño o primavera o sea como sea la situación, por más terminal que parezca, Nadal es Nadal.
El campeón de 21 gigantes ha rendido a Novak Djokovic (6-2, 4-6, 6-2 y 7-6(4), tras 4h 11m), y al quiero de la exjugadora Marion Bartoli, hoy entrevistadora, de que juegue muchas más veces en la central, reacciona con una sonrisa.
“Una noche mágica. Contra Djokovic, uno de los superiores de la historia, continuamente es bastante difícil y solo puedes jugar a tu mayor grado. Y solo puedo mencionar: ‘gracias, gracias, gracias’ a toda la grada. Sabéis lo particular que es para mí este torneo, el más relevante de mi carrera y lo cual he sentido hoy es increíble”, dice con la voz quebrada, a las 1.25 de la madrugada, habiendo actualizado previamente el histórico con el presente número uno (30-29) y certificado la cita en las semifinales del viernes con el alemán Alexander Zverev, verdugo por la tarde del murciano Carlos Alcaraz.
Fieles a la tradición, Nadal y Djokovic ofrecieron otro de sus magnéticos ejercicios de oscilación. No hay rivalidad más encarnizada ni fluctuante que la de ellos, de vaivén en vaivén los partidos, Kárpov contra Kaspárov. Con los dos en la pista, cualquier guion salta por los aires. Todo es un espejismo. La lógica de la absurda. Son conocidos como nadie, empero aún ocultan secretos, ases por doquier en la manga, y lo cual parece que iría, por un lado, acaba desembocando por el otro.