Ricardo Sánchez Serra
Me embarga la tristeza por los estragos que el Coronavirus causa en Italia. También me desgarra la impotencia de poder hacer algo por sus ciudadanos y que muchos amigos se encuentran de luto.
No es momento de buscar culpables de la pandemia, pero se muchos científicos están de acuerdo que empezó en el mercado de Wuhan, lo originó un murciélago o se escapó de un laboratorio; por eso se le denomina virus chino.
Y el problema reside en que el régimen autoritario chino no lo comunicó a tiempo, tal vez por orgullo o porque dañaba su imagen. Ese retraso hizo devastar al mundo y enlutar a tantas familias. Y ello no puede quedar así, por más potencia o miedo que se le tenga.
Hay tantas naciones afectadas, pero hoy deseo hablar de la entrañable Italia, por la sangre que tengo, por su cultura, por su historia y por tanto que dio al mundo y al Perú en especial.
Los ligures, latinos, etruscos, sabinos, itálicos, umbros, oscos, samnitas, volscos, que habitaron la Italia originaria y que con los romanos llevaron la civilización occidental a gran parte del mundo y la expansión de las virtudes romanas, legado que perdura hasta hoy.
Como superpotencia cultural, sus bellas artes en toda su historia, expresiones en la escultura, música, pintura, arquitectura, literatura y sus polímatas. Cómo no recordar a Rafael, Miguel Ángel, Verrochio, Donatello, Giotto, Galilei, Peri, Cavalli, Monteverdi, Boccaccio, Caravaggio, Petrarca, Dante, Leonardo, Santo Tomás, Verdi. Botticelli, De Sica, Fellini, Fermi, Morricone, Pavarotti, Petrarca, Volta, Maquiavelo, Eco, Pirandello, Puccini, Marconi, Tasso, Montessori, Pasolini –disculpen el desorden histórico- y de tantos otros que llenaríamos las enciclopedias.
Cómo olvidar los festivales de San Remo, a Domenico Modugno, Nicola di Bari, Bocelli, Ramazotti, Tozzi, Di Capri; en el fútbol a Dino Zoff, Rossi, Buffon, Baggio, Toti, Cannavaro, Rivera, Pirlo, Totó; las divas del cine, Lollobrigida, Loren, Vitti, Antonelli, Cardinale, Muti.
Cómo no recordar el heroísmo de Garibaldi, no solo en Italia, sino también en Latinoamérica; de Mazzini, Cavour, Vespucio, del famoso Colón, por Dios. La contribución científica de Antonio Raimondi y la cooperación de otros italianos al Perú, ya explicada en anterior artículo.
Esto es Italia y mucho más.
Por todo ello, cómo no sentir dolor con lo que le sucede al pueblo italiano, un mal que no buscó, ni lo merecía, sino que se lo injertaron con alevosía y que está asesinando a miles y devastando familias. Acaso ¿no nos destrozó la noticia de que cientos de jóvenes les daban sus “tablets” a los ancianos enfermos en los hospitales, para que se despidan de sus familiares?
Y el mundo, ¿cómo está ayudando? ¿Cómo nosotros estamos aliviando tanto sufrimiento? No podemos ir: no somos médicos, ni enfermeros. Esa impotencia de la que hablaba al principio, nos abruma.
Pero tenemos una poderosa arma, la oración, que invierte las situaciones, cambia la historia, una fuerza sobrenatural que da esperanza, fuerza al afligido, sana la tristeza y llena el espíritu.
Oremos, oremos y oremos por Italia, con fe, con mucha fe. No saben cómo así los asistimos y les damos ánimo. Italia, con la fuerza de su gente, de su historia y las oraciones, renacerá como el ave fénix. ¡Forza Italia!