Por Iván Torres La Torre
La protesta, las marchas, la huelga son derechos y formas de expresión de un pueblo frente a circunstancias políticas o de otra índole, consideradas como injustas, vulneratorias de derechos, corruptas, arbitrarias y se dirigen contra toda forma de gestión política que atente contra los intereses de las mayorías y en general de los ciudadanos.
Es cierto que existe un clamor popular, casi unánime, orientado al desprecio hacia el Congreso de la República, por la pésima gestión e imagen que muestran frente a los gobernados. Es cierto también, que este desprecio puede ser manifestado a través de las protestas sociales, como viene sucediendo desde hace semanas atrás, con las marchas producidas contra el Congreso. Lo lamentable es que, los integrantes de este poder del Estado, poco o nada hacen por revertir el desprestigio al cual han llevado a la institución que representan; si no todo lo contrario, contribuyen a éste, con su falta de lectura política y actitudes frívolas que ofrenden el sentir nacional.
Sin embargo, no se pueden permitir ni justificar los actos vandálicos calificados como delitos, cometidos por algunos de los manifestantes, no por todos, que no tienen ninguna explicación razonable. No se le encuentra justificación a destruir propiedad privada de terceros, atentar contra la integridad física de los miembros del orden o prender fuego a una unidad móvil de la policía nacional que representa un bien del Estado. Esto no es parte del derecho sino todo lo contrario, es parte de un delito. Se desnaturaliza la protesta y se convierte en un vandalismo salvaje, donde incluso los incluso los propios periodistas son atacados verbal y físicamente. Se convierte en una horda de anarquistas, protestando contra un sistema que no aceptan y sabe Dios si saben contra qué protestan o, en el mejor de los casos, quiero pensar que fueron infiltrados por delincuentes, terroristas, que siempre se aprovecharán de estas marchas sociales para generar violencia, caos y destrucción.
Sean infiltrados o no, se pierde la esencia de la protesta social y se genera el rechazo del país entero ante estas manifestaciones que se inician con un caldo de cultivo justo, real pero que lamentablemente terminan en delito.
Finalmente, esto sucede cuando una masa poblacional realiza la protesta tras la protesta, que se convierte en caos; pero la protesta social con un líder adelante y a la cabeza se convierte en una verdadera manifestación de un pueblo. La masa por sí sola es incapaz de recomponer el estado de las cosas de un país; ésta necesita una dirección, una conducción, un líder, pues caso contrario estará condenada a su fracaso. Hasta la próxima semana.