JAVIER VALLE-RIESTRA
El último 23 de mayo se ha cumplido un natalicio más del dos veces presidente del Perú, aprista y orador vibrante e indiscutible de los últimos tiempos, después de Víctor Raúl. Alan García (1949-2019), al retornar del exilio de nueve años, en enero del año 2001, pronunció un discurso en la Plaza San Martín y al cerrar el mitin dijo:
“…Y a mí me parece un sueño súbitamente estar frente a ustedes. Y a mi me parece súbitamente una añoranza cumplida estar frente a ustedes. Y a mí me parece súbitamente que quizás he muerto y estoy frente a ustedes. Yo no sé, yo no sé… Y no quiero despertar ni odios ni rencores, ni gritos ni vejámenes. Perdono a todos los que me gritan, perdono a todos los que me injuriaron, perdono a todos los que me vejaron… Los perdono en nombre del Perú. No sé a dónde me conduzca la vida, no sé si me lleve a la muerte, pero aquí estoy entregando todo lo que soy otravez al servicio de la patria. ¡Arriba los corazones! ¡Arriba las esperanzas! ¡Arriba la juventud! ¡Viva el Perú! ¡Viva Haya de la Torre! ¡Viva el APRA!”
II
De su obra póstuma, “Metamemorias”, se dice algo muy preciso –que transcribo— que terminó de escribirla algunas horas antes su muerte el 17 de abril del 2019. Es la carta dolorosa pero triunfante de un hombre que sabe que su tiempo se termina. El testamento definitivo de aquel brillante compañero aprista de carisma arrollador que el Perú eligió presidente cuando apenas tenía treinta y cinco años y que, a pesar de sus errores de juventud, volvió a ser elegido dieciséis años más tarde para ejercer otra vez el más alto mandato popular, en un gobierno cuyos logros reconocen hasta sus críticos más feroces. AGP fue un predestinado, un político complejo y controversial que alternó con reyes y con obreros, que conoció la gloria, pero también el exilio y la persecución; pasó la segunda mitad de su existencia resistiendo el unánime fuego de sus enemigos. Su libro, “Metamemorias”, es el testimonio de un visionario que se sienta a recordar con urgencia y que, finalmente, percibe diáfana, su concepción de la vida. Y la escribe con serenidad porque sabe que será su victoria contra la muerte. En suma, es una conversación sobre el Perú en primera persona con la erudición que acostumbraba a tratar los temas del país.
III
Por eso, reitero que la vida intelectual de Alan a lo largo de estos años fue fecunda. Su obra póstuma, “Metamemorias”, es una autobiografía sin eufemismos, donde reconoce sus errores. También publicó “El Futuro Diferente”, “La Revolución Constructiva del Aprismo”, “Por aquí compañeros”, “Aprismo y Liberación”, “90 años de Aprismo”, “Modernidad y Política en el Siglo XXI”, “Pájaros de alto vuelo”; y “Pizarro, el Rey de la Baraja”, además de otros folletos y artículos. No fue, pues, un politicastro. Aunque sea sacrílego lo que voy a decir, el único que lo supera ultradimencionalmente es ese genio, Haya de la Torre, de quien era discípulo y protegido. A lo largo del siglo XX y XXI no hay nadie que se equipare a él. Recordemos, nuevamente, a López de Romaña, Candamo, Billinghurst, Leguía (que gobernó quince años), al canallesco Sánchez Cerro, Benavides, Prado, Odría, Fernando Belaunde. No valen nada.
Mi conducta iconoclasta me obliga a censurar a los cc. del PAP que no han rememorado su natalicio ni el duelo del doloroso aniversario de la muerte de sus dos veces Presidente. Como compañero mayor, cumplo con mi deber personal con más de ochenta años de aprismo. Estoy orgulloso de pertenecer al partido. Toda mi vida he estado a su servicio. Mi primera aparición fue en el Callao, en enero de 1956; allí proclamé, en medio del atonismo de los escuchas, mi filiación al aprismo. Sigo creyendo. Desde mi debut como militante, no me retracto de nada, proclamo mi adhesión a Víctor Raúl y a otros c.c. que dieron su vida por el APRA. A los noventa años sigo repitiendo ¡Solo el aprismo salvará al Perú!
(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado y excongresista de la República.