La desconexión del gobierno de Putin y Occidente golpea a la sociedad rusa y complica la vida de los habitantes rusos.
La guerra de Vladímir Putin ha iluminado un nuevo telón de acero. La invasión de Ucrania ha causado una actitud que, en pocos días, ha hecho hibernar cada una de las conexiones construidas entre Occidente y Rusia en las 3 décadas transcurridas a partir de la caída del muro de Berlín y la ruptura de la URSS. La desoccidentalización de Rusia avanza a rapidez increíble en diversos frentes, revirtiendo un proceso que había marcado a fondo la vida diaria de la sociedad rusa. A medida que lo hace, aquel mensaje se propaga a escala universal y muchas naciones incómodas con la dependencia de los mercados financieros y las tecnologías occidentales reconsideran sus cálculos estratégicos sobre si conviene buscar una desconexión (y cómo hacerlo).
Las sanciones adoptadas contra Rusia por la acometida a Ucrania suponen una brutal desvinculación del sistema financiero ruso; restringen el negocio en un extenso abanico de productos; impiden vuelos directos. En paralelo, asistimos a una estampida de organizaciones occidentales que operaban en el mercado ruso. Los habitantes rusos, hoy, no tienen la posibilidad de visitar una tienda de Apple a comprarse un iPhone, ni comerse una hamburguesa de McDonald’s o tomarse un café en Starbucks. Tampoco tienen la posibilidad de ver Netflix, que ha suspendido su servicio, o entrar a los contenidos globales de TikTok, que lo ha restringido permitiendo solo un desempeño nativo. Facebook e Instagram fueron bloqueados por el Régimen ruso, Twitter ha observado reducida su capacidad operativa.
El efecto sobre la sociedad rusa será trascendental, en términos económicos, políticos y además socioculturales. Empero, como muchos otros recursos de la guerra en Ucrania, este además tiene naturaleza universal. Rusia por el momento no es epicentro de un imperio como a lo largo de la Guerra Fría, empero sí tiene socios y aliados que se verán dañados, como Bielorrusia o Siria.
Sin embargo, más que nada, varios Gobiernos que no son socios de Rusia y tampoco son parte de la órbita occidental, con China a la cabeza, observan con atención lo cual pasa, y es factible que esto desencadene una intensificación de los esfuerzos para alzar su soberanía, bien sea desdolarizando la actividad económica o fomentando habilidades productivas nacionales.
