Mortandad en el Estadio, tragedia que pudo evitarse

El día que un gol anulado convirtió al coso de “José Díaz”  en un gigantesco cementerio de 328 personas aplastadas por una estampida humana causada por una reacción policial desmedida al arrojar bombas lacrimógenas para impedir desórdenes de los aficionados.

por | Mar 10, 2020 | Especiales

El día que un gol anulado convirtió al coso de “José Díaz”  en un gigantesco cementerio de 328 personas aplastadas por una estampida humana causada por una reacción policial desmedida al arrojar bombas lacrimógenas para impedir desórdenes de los aficionados.

Pocas han sido las veces que una tragedia como la vivida el 24 de mayo de 1964, en el Estadio Nacional de Lima, marca a un país entero. Ese día, un total de 328 personas murieron aplastadas y asfixiadas en una vorágine de insensatez, descuido, miedo e improvisación. «El legendario futbolista peruano Héctor Chumpitaz recuerda: «A la gente no le gustó la manera en que estaban sacando al aficionado de la cancha. Los volvió locos».

“Chumpi” se refería al ahora tristemente recordado hincha Víctor Vásquez, conocido como el ‘Negro Bomba’, quien saltara a la cancha luego que el árbitro uruguayo, Ángel Eduardo Pazos anulara un gol legítimo del popular Víctor “kilo” Lobatón. Argentina había marcado el primer tanto del encuentro gracias a Néstor Manfredi. La respuesta de Perú se dio con “Nongo” Rodríguez, quien arremetió por la banda y centró a La Rosa. El 9 peruano no pudo rematar y es cuando “Kilo” Lobatón se protege con el pie ante el rechazo del zaguero argentino Andrés Bertolotti, la pelota rebota en el seleccionado nacional y termina dentro del arco de Cejas, gol.

La alegría de los peruanos presentes en el estadio se vio opacada luego que el árbitro del encuentro Ángel Eduardo Pazos anulara el tanto. Pazos no se imaginaba las terribles consecuencias que vendrían después. El Nacional estuvo repleto con un aproximado de 47 mil espectadores.

El público peruano pasó de la alegría a la ira en cuestión de segundos y varios aficionados burlaron la seguridad para agredir al árbitro. Fue entonces que el “Negro Bomba” se descuelga de las tribunas y va donde el árbitro Pazos a increparle su polémico fallo. No avanzó mucho antes de que la policía lo detuviera. Sin embargo, fue la detención de un hincha llamando Edilberto Cuenca, la que produjo la molestia de todos los espectadores. La gente había roto las rejas de Oriente y Norte y empezaron a entrar a la cancha. Desde la tribuna Sur tiraron ladrillos y prendieron fogatas, todos molestos con el árbitro y con los argentinos.

 

Se desata el infierno

Esto ocasionó el caos en las tribunas, peruanos y argentinos que estaban calmados hasta antes del incidente, empezaron a agredirse y la policía en su intento de calmar a la multitud, lanzó bombas lacrimógenas y cerró las puertas del estadio. Terrible error. “Yo ordené lanzar bombas lacrimógenas a las tribunas. No puedo precisar cuántas. Nunca imaginé las nefastas consecuencias”, dijo el comandante Jorge Azambuja encargado de la seguridad del Estadio y acusado de haber provocado las 312 personas de aquella fatídica tarde.

Fueron cientos los que trataron de huir del Estadio, pero las puertas de la tribuna norte estaban cerradas y la salida de la gente se tornó imposible. Las puertas habían sido cerradas por la policía, en su intento de que los espectadores se calmaran y regresaran a sus asientos.

En medio del desconcierto, los jugadores de ambos equipos se retiraron presurosos a los camerinos. «Después que llegamos a los vestuarios hubo personas que salieron y cuando regresaron nos contaron que había dos muertos. ¿Dos muertos?, preguntamos, pensando que uno ya hubiera sido demasiado«, reconstruía Héctor Chumpitaz en sus recuerdos.

«Estuvimos allí por dos horas antes de que pudiéramos salir, así que no supimos la magnitud de lo que estaba pasando«, siguió. «Regresando hacia nuestro lugar de concentración íbamos escuchando la radio y hablaban de 10, 20, 30 muertos. Cada vez que salían las noticias el número aumentaba: 50 muertos, 150, 200, 300, 350… era increíble”, rememora el granítico jugador.

Ahogados por los gases lacrimógenos, los aficionados no pudieron traspasar las enormes puertas de fierro del coloso. La mayoría de personas que fallecieron ese día murieron aplastadas por la multitud en estampida. Hubo incluso niños. Otros fallecieron asfixiados y más de 500 resultados con fracturas expuestas, golpes de todo tipo y hematomas en todo el cuerpo.

Aquellos que conservaron la calma y pudieron soportar el embate policial, fueron los que sobrevivieron a la catástrofe. Jorge Salazar publicó en su libro “La ópera de los fantasmas” una versión más trágica. Afirmó que hubo más muertos que la cifra oficial y muchos de ellos, con disparos en el cuerpo.

 

¿Qué pasó con los responsables?

Cincuenta y cinco después nuestro país aún recuerda a las víctimas de aquella tarde, a las 328 personas que murieron, pero todavía quedan muchas cosas por esclarecer. Lo que es cierto es que el número de responsables de lo que ocurrió se puede contar con los dedos de una mano.

El comandante de la policía Jorge Azambuja, quien dio la orden de lanzar los gases lacrimógenos, fue sentenciado a 30 meses de cárcel. El otro fue el juez Benjamín Castañeda, quien lideró la investigación, acusado de haber entregado su informe seis meses tarde sin haberle practicado la autopsia a todas las víctimas. El ministro del Interior de la época, Juan Languasco, quien fue acusado por Castañeda de ser el arquitecto de la tragedia, nunca enfrentó cargos en su contra.

«Pregunté en todas partes sobre los cadáveres, pero nunca pude encontrar nada. Algunos me decían, sin confirmación oficial, que habían sido enterrados en el Callao«, lamentó Castañeda. Todavía no hay ninguna placa en el estadio Nacional en recuerdo del peor desastre de la historia del fútbol. Pero los trabajadores allí aseguran que, de vez en cuando, escuchan gritos y lamentos de esas almas que aún claman justicia.


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