La naturaleza del poder constituyente no es comprendida por los rábulas que solo piden convocarla por satisfacer odios, venganzas; y tampoco la entienden aquellos temerosos de una nueva Constitución por la vía del referéndum o una asamblea. Sostengo que es viable restaurar la Constitución de 1979, la que aprobamos en la Asamblea que presidió Haya, visionario y defensor de los más desposeídos, que buscaba justicia social y pan con libertad. El capítulo sobre economía y protección a las inversiones debería adecuarse a estos tiempos y restaurar el bicameralismo para procurar una plena y verdadera representación del pueblo.
II
El poder constituyente aparece como un clamor esporádico en la vida de las naciones, sobre todo, cuando el pueblo decide fundar o refundar el Estado. Desde nuestra independencia, ese poder dio origen a las Cartas de 1823, a la vitalicia de 1826, la de 1828 (madre de nuestras constituciones, según Manuel Vicente Villarán), la de 1834 la única fruto de una reforma conforme a reglas preestablecidas, la confederativa de 1837 que se pactó en Tacna entre Perú y Bolivia, la gerontocrática y militarista de 1839, la liberal de 1856, la fraudulenta de 1860, la efímera de 1867, la de Leguía de 1920, la retardataria de 1933, la vanguardista de 1979 y la fascistoide de 1993.
El poder constituyente es un ente omnímodo, plenipotenciario, que todo lo puede; es libre, revolucionario, fundacional, primigenio; es un poder supremo, nada está encima ni anterior a él; es ilimitado, no tiene restricciones, trasciende al orden jurídico normativo sin límite de su accionar, puede indultar, amnistiar, condenar; es también extraordinario y ordinario, puede aprobar una Constitución, dictar leyes e interpretar normas constitucionales; como poder es un todo, único e indivisible; puede actuar como poder originario o derivado; es indelegable e intransferible, le pertenece solo al pueblo, al soberano. Así que la labor constituyente es una técnica muy delicada como para entregarla a cualquier politicastro; no es para jugar a la historia.
III
Lo he dicho y lo repito: en el Perú no existe más Constitución que la de 1979, por varias razones principistas. Fue violentada por el golpe del 5 de abril de 1992 y el referéndum de 1993 fue sospechosamente estrecho, según lo ha dicho el propio Tribunal Constitucional en su sentencia del Exp. 0014-2002-AI/TC; además, la Carta de 1993 ha sido despromulgada retirando la firma de Fujimori por ley 27600; y como es bien sabido, toda norma que no ha sido promulgada, simplemente, no existe en la vida jurídica y política. Por ello, martilleo: sólo rige la de 1979, honrada con la firma de Víctor Raúl.
IV
El poder real en el Perú de hoy no son ni el ejército ni los partidos, sino las masas iracundas que desfilan en todo el país reclamando justicia, salud, trabajo, atención de necesidades básicas como el agua, el gas, carreteras, hospitales, colegios, universidades, salarios dignos; reclaman la subida de precios, la traición en las comisarías, la inseguridad ciudadana, el ataque a las mujeres y niños. El desamparo del Estado es clamoroso. Como dije, si no los interpretamos, en el firmamento del Estado feudal burgués del Perú leeremos las bíblicas palabras “mane tecel fares”, tus días están contados. Ferdinand Lassalle en su conferencia “Qué es una Constitución” pronunciada hace ciento cuarenta años, decía:
“Ya que las leyes han perecido y vamos a construir otras totalmente nuevas, (…). El rey les diría, lisa y llanamente: Podrán estar destruidas las leyes, pero la realidad es que el ejército me obedece, que obedece mis órdenes; la realidad es que los comandantes de los arsenales y los cuarteles sacan a la calle los cañones cuando yo lo mando (…) Como ven ustedes, señores, un rey a quien obedecen el Ejército y los cañones… es un fragmento de Constitución.”
V
Hoy, las masas pauperizadas serán la fuerza revolucionaria, como en la Francia de 1789, cuando Enmanuel Sieyés, el constructor de la doctrina del poder constituyente, se preguntaba: ¿Qué es el Tercer estado? Todo; ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada; ¿Qué pide? Llegar a ser algo”. En virtud de esas reflexiones se forjó la revolución francesa. Estamos en vísperas de algo parecido. Ese fenómeno, esa fuerza huracanada y subterránea no ha aparecido súbitamente en el Perú. Allí está el APRA.
La historia es una larga paciencia.
(*) Jurista, exconstituyente, exdiputado y exsenador de la República.