Los golpes de estado con tanques y armas, los fraudes violentos mediante el asalto de las mesas de sufragio, las tomas del poder mediante las guerrillas son cosas del pasado. Hemos llegado a los tiempos en que las dictaduras se establecen de otra forma, mediante el uso de la democracia y los derechos que esta otorga.
Hoy en día se acaba con la democracia desde las urnas. Se utiliza las instituciones democráticas, que previamente hay que copar y se concreta todo mediante la manipulación grosera de registros, actas y resultados. Luego de puesto en práctica este atropello se toman las demás instituciones para en ellas colocar a los “leales” al régimen espurio. Estos serán agentes al servicio del nuevo modelo, su trabajo será desestabilizar todo, para luego volverlo a estabilizar ya de forma autoritaria.
Generalmente en estos procesos se siguen varios pasos, primero se vende una imagen muy pragmática, hombres providenciales que se colocan por encima de la ley, del bien y del mal. Se hacen imprescindibles, se muestran diariamente en los medios, desprecian los métodos democráticos, porque ellos y su supuesta eficacia están por encima de prejuicios pequeño burgueses.
Ante la omnipresencia de estos falsos profetas del mal, la gente empieza a desconfiar de las instituciones tradicionales par depositar toda su confianza y esperanzas en el líder mesiánico que todo lo soluciona. Pocos se preguntan qué hay detrás.
Un segundo paso es el desprestigio de los opositores, su total descalificación. Quienes se opongan al iluminado caudillo serán obstruccionistas, corruptos, retardatarios del progreso, la propia encarnación del mal. Entonces ya no importará lo que haga el aspirante a tirano. Lo óptimo es desaparecer a tan odiosa oposición. Para este fin ya se controlan aparte de los medios las instituciones.
Un tercer paso que suele usarse cada vez que las cosas parecen salirse de su curso es la violencia física y verbal. En este momento todo vale. La toma de calles, las agresiones, los incendios, lo que sea para que todo vuelva a la “normalidad”. Todo esto siempre con la marcada tendencia a restringir las libertades.
En el Perú ya hemos recorrido todo ese camino. Lo inició Vizcarra con la obvia intención de beneficiarse él, sin embargo, en ese derrotero de la infamia algunas cosas se salieron de control. Y quedó fuera de juego.
Pero ya existía todo un tinglado incluso internacional para continuar con el plan, es entonces que los mismos agentes, oenegés caviares, medios mermeleros y los felones y traidores de todo pelaje que ocupan las instituciones desde la trama vizcarrista, se ponen al servicio del nuevo proyecto.
Así hemos llegado a la actual situación en que las libertades de los peruanos están amenazadas y la democracia ya está con el cuello en la guillotina.
Frente a esto solo cabe la búsqueda de un liderazgo que pueda articular las fuerzas del centro a la derecha, que seamos capaces de deponer ambiciones personales y por una vez poner al Perú por encima de todo. Si no es así estamos asistiendo al triste final de nuestra vida democrática.