Con más frecuencia se producen actos de vandalismo en nuestra patria, supuestamente motivados en protestas sociales, reclamando al Estado, a empresas principalmente extractivas e incluso a los medios de prensa, que no se hayan ocupado de sus problemas, sean ciertos o imaginarios y algunas veces generados por los propios reclamantes.
Hemos visto con estupor como se incendian campamentos mineros, se destruyen maquinarias y valiosos equipos, como se interrumpen carreteras y otras vías y se impide el tránsito de bienes y personas, pero peor aún, hay ocasiones en que se apedrean a los vehículos y sus ocupantes y hasta se llega a inutilizarlos.
También se ha visto como se incendian plantaciones que nutren la agroindustria y como también son soliviantadas comunidades campesinas, para atentar contra los bienes de las empresas que realizan actividades económicas en su zona, bajo el pretexto que no contribuyen a su bienestar, como si para ello no pagasen sus impuestos y sea tarea del Estado, aunque puedan colaborar con él.
Lo más increíble de todo esto es que el Estado, en lugar de ser actor en búsqueda de soluciones, de impedir la alteración del orden público y poner los correctivos que fuesen requeridos, mira la situación como cualquier espectador desde la tribuna. No señores, las autoridades están obligadas a actuar, que para eso o fueron elegidas o fueron nombradas y por ello incluso se les pagan sus remuneraciones con el dinero que salen de los impuestos que pagamos los contribuyentes, del más pequeño al más grande.
Por otro lado, los llamados a mantener el orden o a restablecerlo en caso de afectación, como son los policías, cada vez se les exige que actúen, o mejor dicho que no actúen, pues hasta se les impide portar armas para su propia protección. Entendamos, son policías no son arcángeles y encima sometidos a largos, costosos e interminables procesos administrativos y judiciales cuando se producen daños a los manifestantes, pero cerrando los ojos a la pérdida de la vida de policías, graves heridas a muchos de ellos y destrucción hasta de patrulleros y porta tropas.
Lo más inverosímil es que hayan desubicados que consideren a quienes protestan, con razón o sin ella, y que dejan de existir, sean héroes de la Democracia y merecedores de distinciones, homenajes y hasta compensaciones a sus familias, sin siquiera haber investigado antecedentes y acciones.
Increíble por cierto es el grado de masoquismo de algunos reclamantes o manifestantes que actúan con violencia, cuando las reuniones deben ser pacíficas y sin armas, que destruyen bienes que les podrían ser útiles, como por ejemplo las ambulancias, las postas médicas, los depósitos de medicinas que están en los campamentos, las bombas de incendio, los transportes públicos, entre muchos otros.
No piensan que la ambulancia incendiada o a la que le impiden el paso puede estar trasladando a un ser querido, ni se les ocurre que la bomba de incendios podría impedir que sus bienes sean destruidos por el fuego, y así podríamos seguir ante tanto vandalismo y barbarie.
Pero también precisemos, hay mucha instigación que debería ser investigada y sancionada.